Cada vez menos lugares quedan al desamparo de la poca iniciativa que por algún tiempo caracterizó a buena parte de la gastronomía cubana. En La Habana —y en otros crecientes espacios del resto de las provincias— surgen sitios gastronómicos bendecidos por una apariencia más atractiva a la que hemos estado acostumbrados por años.
Como guiños al deseo, en cualquier rincón de la capital los hallamos insinuantes, modernos, clásicos, dotados de un renovado swing que promete conquistar el gusto de todo aquel que los observe de lejos o tenga la posibilidad de disfrutar de alguna de las ofertas en la tablilla o carta.
Terrazas, balcones, habitaciones climatizadas, o algún patio decorado con inspiración, se han convertido en el lugar al que asistir en compañía de amistades o la pareja para degustar algo de la exótica coctelería tradicional, disfrutar de un café o ingerir algún aperitivo.
No todos podemos entrar a estos pequeños paraísos. Y esta es una realidad que golpea en un país que defiende la justicia e igualdad social, aunque siempre ha existido quien pueda disfrutar de los sitios más glamorosos.
Por esa razón, gran parte de la población pasa por las afueras y hasta les dedica un pensamiento de recelo, aunque la lógica de la economía prometa que, en medio de un escenario creativo y pujante, triunfe el progreso general.
Desde nuestra esperanzadora juventud, nos decimos que sí se puede, que son nuevos aires, que ya podremos respirarlos, y lo más significativo, que son importantes brisas para oxigenar los pulmones de una ciudad fatigada, de una economía golpeada que merece intentar cuanto sea de ayuda para mejorar su semblante y el de la población.
Como soñadores del futuro, defendemos estos nuevos bares o cafés desde un parque, conscientes de que son las primeras señales de un panorama presto a reconfigurarse, de un paisaje que se actualiza, no con el mismo ritmo ni éxito para todos, pero que al menos se mueve, y eso es lo importante. Si pensamos en la crisis desde Albert Einstein, coincidiremos en ponderar la inventiva para no ser superados por la carencia de intentos; apostaremos por no atribuir los fracasos a la crisis, por respetar más a las soluciones que a los problemas y por que no sean preocupación los nuevos sitios, sino la carencia de ellos.
Más allá de sombras y limitaciones, de deseos y críticas, de razonamientos e ideologías, encontrar otros espacios con estilo más refinado o dotados de la creatividad y los recursos que muchas veces han faltado a la iniciativa estatal, es una luz dentro de tantos anhelos de adelanto.
No solo alienta lo referente a lo gastronómico, sino que esperanza en torno a las necesarias alianzas, el que muchos de los trabajadores no estatales que emprenden estos negocios tengan la idea de apoyar a los noveles artistas.
«¡Se acabó la sopa!», dijo un amigo. Y yo asentí pensando en la posibilidad de los nuevos talentos que conquisten con su música a quienes asisten a estos sitios, sin tener que caer en la vieja y a veces denigrante estrategia del sombrero en la mano, deambulando por las mesas en busca del merecido «pago». Y es que, por si fuese poca la ventaja de sumar posibilidades al entretenimiento, a algunos de los que están al frente de estos lugares se les ha ocurrido la idea de convertirlos en espacios en que los músicos puedan obtener beneficios económicos de su arte.
Bienvenidos sean entonces estos nuevos espacios para una Habana y una Cuba que se están renovando al ritmo de esfuerzos colectivos y personales, para que las vidas del archipiélago también remocen su confort.