Cheín González Autor: Juventud Rebelde Publicado: 22/05/2025 | 11:27 pm
Muchos de los que lo conocieron lo recuerdan por su risa inmensa. Una carcajada que te componía el día y te hacía ver todo de una manera diferente y divertida. Así fue Rogelio Menéndez Gallo, quien siempre tuvo una mirada festiva de su entorno y un amor incalculable por su terruño.
Nació en Caibarién el 20 de abril de 1948. En su ciudad natal cursó los estudios primarios y secundarios. Desde temprana edad trabajó en comercios y oficinas. Fue miembro de la Asociación Juvenil de la Masonería (1954-1956). Entre 1955 y 1959 se empleó en la Compañía Cubana de Electricidad en Las Villas. Como miembro del Partido Socialista Popular (1957-1959), participó en actividades clandestinas. A
mediados de 1959 se vinculó con los Órganos de la Seguridad del Estado.
Paralelo a sus estudios llevó su vida revolucionaria de luchas estudiantiles, suspensiones de clases, huelgas. Cuando triunfa la Revolución comienza a trabajar como profesor de la enseñanza media superior.
Impartió clases en varios planteles estudiantiles de la región y fungió como metodólogo de la asignatura de Historia. Fue vicepresidente provincial de la Uneac, y uno de los fundadores, en 1967, de la peña literaria de Remedios.
Rogelio se graduó de Filosofía y Lógica en la Universidad Central de Las Villas en 1964 y publicó su primer cuento en la revista Verde Olivo en 1966.
Escribió seriales de aventuras juveniles y dos ciclos de cuentos para la emisora provincial CMHW. Realizó adaptaciones de novelas y escribió, junto a Miguel Lamadrid Vega, dos novelas de corte policíaco. Formó parte del ejecutivo de publicaciones periódicas locales en Caibarién, Remedios y Camajuaní. También colaboró con Bohemia, Verde Olivo, Vanguardia, Signos y Melaíto, el suplemento humorístico del centro del país.
En un artículo del periodista Mauricio Escuela Orozco sobre nuestro invitado especial, al que también llamaban Rogelín, expone: «Su existencia fue un batallar constante no solo en pos de una obra narrativa, sino de que la cultura tuviese el sitio de honra que merece. Perteneció a una generación de creadores que nacieron al calor de los talleres literarios de las casas de la cultura, en el mejor momento del movimiento de artistas aficionados. Por ello, Rogelín logró aprender los rudimentos de la literatura e incluso innovar, creando categorías como la jodeosofía o esa ciencia que se encarga de esa “rama del saber”: la “jodedera criolla”. No era remediano, pero se aplatanó, hizo su intensa carrera bajo la sombra del campanario de la Octava Villa y entre los nísperos de los patios coloniales, y fue uno de los que más aportó a los mejores momentos de las letras. Siempre defendió a Remedios, sus escritores y gente ilustre y sencilla».
Un lanzamiento afortunado de Cheín González
(fragmento)
Era algo extraño. Y lo hice. Ya nada me importa. Aunque fue mi último juego, no me arrepiento. Hubiera hasta matado.
Llevaba tiempo conteniéndome. Lanzaba desde la niñez. Ocurrió accidentalmente. Cuando nos enfrentábamos a la Escuela Intermedia. Yo jugaba entonces con La Torre en el resto de las posiciones, pero nunca lo había hecho desde aquella lomita que se alzaba en el centro del terreno.
Aquel día, sin embargo, todos nuestros pichers explotaron ruidosamente ante el ataque enemigo. Y fui llamado desde la primera base. Era el quinto episodio…
—Tira tú a ver…
—¿Yo?
—Sí, duro por el centro, total, ya tienen diez…
El director me entregó la pelota desanimado; mas luego se alegró, porque cumplí con lo mío y nuestro equipo descontó en dos innings, hasta ponerse solo una carrera por debajo. Después ganamos y mi casilla quedó inmaculada. Había comenzado con buen pie, decían…
Tiraba duro y pronto aprendí a jorobarla en el aire con un movimiento discreto de la muñeca. Hacia abajo, hacia los lados…
Pasó el tiempo y me sentía raro en el box, pero era una promesa de mi pueblo. Aquel pequeño rincón del planeta donde el béisbol era una pasión y los peloteros se convertían en héroes cada domingo.
Y llegó la hora de abandonar la pelota brava. Y llegó la hora del traje completo, de franela. Y llegó la hora de los espáis relucientes. Y llegó la hora del campeonato provincial amateur, de las bandas, de los voladores, de los éxitos. Y llegó la hora del umpire con traje negro, y careta y peto, como un segundo quehacer. Llegó la hora de verle, distante, levantando el brazo o limpiando el jon. Llegó la hora de sentirme sin protección a la espalda. De sentirme como aplastado por la soledad del montículo y el peso de los ojos de todos, pero de algo tenía que vivir. Y llegó la hora de mi consagración.
Rogelio Menéndez Gallo
Revista El Guaicán, del taller literario de Remedios.
Nro. 1, julio de 1977