La previsible conclusión de un acuerdo que permita a Irán desarrollar la energía nuclear con fines pacíficos y ponga fin a las costosas sanciones impuestas por Occidente —con el pretexto agitado por Israel de impedir que se convirtiera en potencia atómica— representa un triunfo de una prolongada resistencia de la República Islámica.
La negociación marca el fracaso de todas las acciones emprendidas desde 1979 para doblegar a la Revolución que derribó al régimen del Shah Reza Pahlevi, hasta entonces principal agente de la hegemonía de Washington en Oriente Medio y el centro de Asia.
El tortuoso arreglo político, diplomático y militar que negocian expertos y cancilleres de Irán y del Grupo 5+1, formado por los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y Rusia) más Alemania, todavía requiere de ajustes de conceptos, palabras y hasta puntos y comas.
Aun cuando reciba la aprobación este viernes a ese nivel gubernamental —tal como está programado— o requiera de otra prórroga para el pulido final, de cualquier forma su texto sufrirá nuevas demoras antes de entrar en vigor, ya que deberá ser ratificado por el Congreso de Estados Unidos y autoridades legislativas de las demás naciones.
Lo trascendente, sin embargo, es la determinación y el empeño puesto en práctica por el presidente Barack Obama para que sea su Gobierno el que desate ese nudo de sospechas y acusaciones, amenazas e injurias que llegó a crear en años recientes una atmósfera de inminente conflagración bélica en la explosiva región del golfo Pérsico, que podría incendiar todo el Medio Oriente y arrastrar al mundo a una catástrofe de incalculables daños, ante un eventual uso de armas atómicas.
A todas luces, Obama quiere aprovechar el último tramo de su mandato —sin amarras electorales— para dejar una herencia plausible en política exterior —a la que sumaría el restablecimiento de relaciones con Cuba y un mejor entendimiento con sus vecinos de Sudamérica— y así pulir una imagen de pacifista, a pesar de las guerras (Iraq, Afganistán) y escaramuzas en las que ha participado su administración, en interés de la industria bélica.
La decisión de abandonar el curso de confrontación con la República Islámica iraní —que no sería un paseo— y procurar un arreglo conveniente dejó de lado la presión del reaccionario Gobierno israelí de Benjamín Netanyahu y del lobby judío sionista en Washington, no obstante su enorme influencia financiera y propagandística, capaz de comprar votos, pagar congresistas y torcer la opinión pública a favor de sus disparatadas apetencias.
Netanyahu llegó a desafiar la política adoptada por Obama en el propio Capitolio, en una comparecencia insultante, en la que lo acusó de poner en peligro la seguridad de Israel, valiéndose de una invitación de los congresistas republicanos y buena parte de demócratas, atados a las contribuciones de empresarios sionistas.
La negociación del acuerdo entre el Grupo 5+1 e Irán avanza por una senda minada de sospechas respecto a la actuación futura de la República Islámica en el Medio Oriente, sus relaciones con Iraq, su apoyo a Siria, al partido libanés Hizbollah, a la Resistencia Palestina, así como a las comunidades musulmanas chiitas de la región, que en países como Yemen son amenazadas por la expulsión o la muerte en una guerra de exterminio.
El Gobierno iraní, encabezado por el presidente Hassan Rouhani, da muestras de una pragmática firmeza, sin ceder en cuestiones vitales como la suspensión de las sanciones económicas y financieras (semejantes al bloqueo impuesto a Cuba) de manera simultánea con la entrada en vigor de las restricciones a su capacidad de refinamiento de uranio y un sistema de verificación de su cumplimiento aceptable —sin injerencia en su soberanía— así como el derecho a producir y poseer las armas convencionales necesarias para defender la nación.
El acuerdo todavía puede requerir un mayor afinamiento, pero es evidente que todo apunta a un arreglo apropiado para Teherán, que facilite su crecimiento económico y sea sustentable, en tanto Obama se talla un lugar envidiable en la historia, sin descuidar los intereses de los sectores de poder en Estados Unidos y de sus aliados foráneos.