La frase de que «los cuadros tienen que mirar y ver» provocó más silencio que asombro. Esa reveladora verdad retrata de cuerpo entero la actitud que asumen muchos de pasar por el lado de los problemas y seguir sin inmutarse.
Quien la pronunció, en una reunión con dirigentes gubernamentales en la provincia de Villa Clara, fue Esteban Lazo Hernández, presidente del Parlamento cubano.
Luego la desmenuzó con aquello de que «cuando venía para acá vi esto y aquello», e inquirió sobre si era o no verdad. Hubo silencio total en aquel momento.
Lo de mirar y ver, pienso, más que exhortación resultó exigencia contra esa inercia por la que sobreviven a veces indisciplinas sociales y hasta desaguisados administrativos sin que se haga nada por ponerle punto final.
Tampoco existe ningún contrasentido en la expresión, porque en la cotidianidad hay quienes miran, sin llegar a ver o, más exactamente, se desentienden con lo que están viendo.
Que un ciudadano asuma esa actitud es cuestionable, pero para quien desempeña una responsabilidad constituye una obligación percibir lo que ocurre en su entorno y hasta un poquito más allá.
Desde los eslabones de la base hasta más arriba, cuando algunos llegan a prescindir de la información visual que muestra diáfanamente que algo anda mal, algunos dejan de usar una cualidad inherente a todo responsable: la de saber actuar con prontitud y atajar el mal de raíz.
Los cuadros deben poseer el don de la visión de futuro, además de saber proyectarse; deben tener capacidad para anticiparse al posible problema, y liderazgo, que solo se logra, más allá del carisma, con una ejecutoria ejemplar, capaz de ganarse la admiración de sus subordinados.
Solo un vínculo transparente entre unos y otros permite generar un nítido y eficaz protagonismo administrativo, que pasa, inexorablemente, por ver y actuar.
Muchas veces los deslices en entidades los descubre una verificación fiscal, es decir, el control de afuera, o se llega a detectar un robo cuando ya se han embolsado miles de pesos, sin que se dieran cuenta a tiempo los aparatos internos de control. O desaparecen recursos por falta de una vigilancia sistemática.
El déficit de miradas comprometidas afianza también la persistencia del timo a los consumidores, los regueros de basura dondequiera, el abrir huecos o zanjas en las calles para alguna reparación y luego dejarlos sin tapar…
Pero la esencia del mirar y ver del que habló Esteban Lazo se sustenta en que un responsable no puede darse el lujo de actuar con levedad y muchísimo menos desentenderse de problemas que le corresponde enfrentar «por plantilla». Incurrir en esa dejadez, aquí y allá, influye hasta en que la gente se acostumbre a convivir con lo mal hecho. Y, ¡cuidado!, porque así se pueden socavar los cimientos de la sociedad.