En el año de su centenario, el Apóstol estaba muriendo. Los autores del golpe de Estado que fracturó la vida institucional del país conmemoraban, a bombo y platillo, la efeméride. Convertidos en mascarada, los actos oficiales violaban la esencia nutricia del proyecto martiano, lacerado, además, durante la República neocolonial por el empleo profuso de citas descontextualizadas en boca de demagogos corruptos.
Es una constante que detrás de los actuales golpes de Estado blandos, de acusaciones y enjuiciamientos a presidentes, expresidentes y líderes progresistas de América Latina, se hallan las fuerzas más reaccionarias de la derecha, dirigidas desde Estados Unidos y con apoyo de poderosos medios de comunicación.
Siempre que ocurre una intoxicación masiva como una reciente que en Santa Clara afectó a más de 40 personas, se disparan las alarmas y el corre-corre para evitar un posible desenlace fatal.
Carlos jura y perjura que no sabe de dónde salió el añojo que le destrozó el parabrisas de su carro. Todavía padece dolores en su brazo derecho y su esposa muestra una cicatriz en la frente y la marca del cinturón de seguridad en parte del pecho por el impacto con el animal en el medio de la carretera que conduce a Trinidad.
¡Y dale con Trump! Parece ser que se hace imposible, para cualquiera que escriba sobre política en Estados Unidos, no hablar constantemente del Presidente de esta nación. El caballero que nos mandamos de primer mandatario de este país, como dije en mi comentario de la semana pasada, ha enloquecido a tirios y a troyanos. No hay forma de dejarlo a un lado. Trump, que es un inculto y un mentiroso, sí sabe muy bien cómo mantener su nombre constantemente en los medios. Curiosamente, mientras más es atacado, más hace para que lo vuelvan a atacar.
Vacaciones de verano. Playa, campismo, piscina, fiestas, conciertos, bailes... y en muchas de las manos de adolescentes y jóvenes va una botella de ron, o unas latas de cerveza, o el aludido Planchao.
Al cursar Cívica en la escuela primaria, hice un descubrimiento que me impactó profundamente. No lo he olvidado nunca. A pesar de haber visto la luz primera en un hospital de París, yo era ciudadana cubana por nacimiento. Mi padre había tomado la precaución de registrarme en nuestro Consulado en Francia. Al amparo de la bandera, las representaciones diplomáticas en el exterior constituían parte del territorio nacional.
Como predestinada a vivir en lo intenso y lo grande Cuba, cuyo Parlamento en varios días de julio ha estudiado y reflexionado al detalle sobre el anteproyecto de Constitución de la República, se prepara para que cada uno de sus hijos exprese opiniones desde las cuales enriquecer y perfeccionar la Ley de leyes que marcará los pasos de la Revolución socialista hacia el futuro.
«Papi, ¿con qué permiso subiste a Facebook esa foto mía?», me preguntó hace unos días con cara de pocos amigos mi hija Beatriz, de 12 años de edad, al encontrar en esa red social una imagen suya tomando leche en biberón. «No lo vuelvas a hacer sin contar antes conmigo. Soy yo quien debe decidir». Y, acto seguido, me soltó todo un denso sermón acerca de la privacidad en internet y cuánto debemos protegerla para evitarnos amargos contratiempos.
Desde hace muchos años se viene hablando de la necesidad de transformar la forma en que trasladamos el mensaje político. La no aceptación de que las audiencias cambian como mismo se transforman los tiempos y las sociedades provoca que no se escuchen como se quiere los llamados y consignas que sí funcionaron en otros tiempos de diferente ebullición y efervescencia.