Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La hora de ser originales, audaces, y de la unidad

Autor:

Alina Perera Robbio

Como predestinada a vivir en lo intenso y lo grande Cuba, cuyo Parlamento en varios días de julio ha estudiado y reflexionado al detalle sobre el anteproyecto de Constitución de la República, se prepara para que cada uno de sus hijos exprese opiniones desde las cuales enriquecer y perfeccionar la Ley de leyes que marcará los pasos de la Revolución socialista hacia el futuro.

No fueron aburridas las horas de trabajo durante el Primer Pe-ríodo Ordinario de Sesiones de la IX Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, jornada en que los diputados hicieron uso de la palabra para hablar sobre cualquier artículo de una Carta Magna renovada de punta a punta, concebida para que se parezca y pueda servir al alma de un pueblo.

Muchos pudimos presenciar el rico debate parlamentario a partir de una propuesta que es fruto de más de cuatro años de trabajo y que lleva en sí todas las aristas alusivas a nuestras vidas, desde la económica, pasando por nuevas estructuras de gobierno, defensa de la soberanía patria, una amplísima gama de derechos ciudadanos, conservación del medio ambiente, política exterior, y definitivamente todo lo que tiene que ver con ordenar un país y ponerlo en dirección, como esas flores que apuntan al sol, del crecimiento material y espiritual, en el anhelo de alcanzar toda la felicidad posible.

Como cada parlamentario entendía la trascendencia del texto en discusión, se sucedían, numerosas, las intervenciones que iban desde lo más emotivo, genérico o conceptual, hasta la precisión de una palabra. Fue el momento de constatar cuánta inteligencia ha cultivado la Revolución; cuánto hemos avanzado —aunque mucho falte— en reconocer y respetar las percepciones y voluntades del otro; cuánto hemos ganado en valorar la trascendencia que entraña una verdad compartida, más profunda y útil mientras más personas la construyan.

Ahora tocará el turno al pueblo todo, en un acto democrático sin precedentes. Y una vez que tengamos la oportunidad entraña deber, y una responsabilidad ciudadana, el estudio del proyecto de Constitución, y tomar seguidamente parte en el foro que nos corresponda para comentar aquello que deseamos mejorar, para traer incluso a colación alguna idea que no haya sido pensada y que sea de valor para la suerte de todos.

Las opiniones que emanen de la consulta popular, y el texto enriquecido, volverán al Parlamento. Allí la propuesta de la Carta Magna deberá de aprobarse definitivamente: cada diputado dirá si está, o no, de acuerdo; y hará falta un consentimiento mayoritario.

Si me preguntasen en esta hora cardinal para la Isla, cuando estamos llamados a ser originales y audaces, sobre qué no tiene cabida en la Constitución que nace, diría que nada, absolutamente nada que amenace la unidad —y para mí la unidad no es un suceso uniforme, de un solo color o de un solo sonido, sino el complejísimo equilibro que es resultante de la sensibilidad, del humanismo, del afán inmarchitable de justicia, de la vocación por amparar a los más frágiles y necesitados, de compensar y poner luz solidaria allí donde más falta hace.

Solo estar unidos nos hará avanzar en esta nueva era marcada por la urgencia del esfuerzo y el liderazgo de muchos al unísono. Esa certeza la he leído diáfanamente explicada en uno de sus textos, al destacado luchador revolucionario, e intelectual, Armando Hart Dávalos:

«En cuanto a Cuba, estamos en pie para salvar la Revolución socialista y, desde luego, la Revolución de Bolívar, Martí y de Fidel. Y en esa obra de salvación y de servicio histórico, la unidad constituye el primer objetivo de los revolucionarios, precisamente porque el enemigo promueve la división. Para marchar por este rumbo, ha de comprenderse que el problema de la independencia y, por tanto, de nuestra identidad como nación, no es una cuestión simplemente de cambio de formas. Había, y hay, que afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.

«En la América bolivariana, martiana y fidelista, no hay diálogo posible con el pensamiento anexionista y con quienes quieren entregar nuestros países a los brazos de la ideología de pretensiones hegemónicas presente en los círculos gobernantes del imperialismo yanqui. Nuestra identidad, nuestra cultura y, por tanto, nuestra democracia, se mueven en el amplísimo espectro del antimperialismo y poseen una vocación de servicio universal».

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