Tras el fin de la terrible pandemia de la COVID-19 que azota hoy a la humanidad, un mundo mejor, el que defendió y con el que soñó siempre el líder histórico de la Revolución Cubana, Fidel Castro Ruz, tendrá que ser posible.
Vive en el miedo y la angustia la corroe. Son muchas las noticias que desde la radio, la televisión o los periódicos le demuestran que la falta de sensatez ha contribuido a la rápida propagación de una enfermedad que «parece cosa de película, de plan maquiavélico o de castigo bien pensado».
La viejita Ernestina es popular entre sus parientes y sus vecinos por la nobleza con la que suele acompañar cada uno de sus actos. «Voy a darte un buchito de café», le ofrece a un extenuado fumigador. «¿Quieres tomar agua fría?», le pregunta a un sudoroso caminante. Ella no necesita conocerlos a priori para proceder de esa manera. En su octogenaria y dadivosa vida hizo suyo aquello de «haz bien y no mires a quien».
En estas horas en que la vida nos ha cambiado a todos —cuatro semanas de amenaza global parecen siglos—, en que la COVID-19 nos ha recordado de modo implacable que la Tierra es redonda y es nuestro único hogar, me ha dado por mirar al cielo en las mañanas, como buscando otro asunto, como queriendo escapar de lo que inevitablemente nos concierne y preocupa.
Pasaron tres días sin escuchar los gritos de «¡Gooool!». Setenta y dos horas sin oír las voces de «Pásala, Niche», «Eres un muerto» o «¡Coge, melón!».
La pandemia del coronavirus estremece al planeta y evoca las pestes que asolaron a Europa a partir de la Edad Media e inspiraron buen número de obras literarias, desde el célebre Decamerón hasta El camino de Santiago, de Alejo Carpentier. Según el relato del cubano, al puerto de Amberes llega un barco de mercancías. El cargamento de naranjas reluce como el oro. De las bodegas de la nave escapan las ratas, portadoras del mal. Juan, el protagonista, enferma. Angustiado por el miedo y el sufrimiento, promete, de salvarse, marchar como peregrino a Santiago de Compostela. Emprende el viaje, pero se deja tentar por las ilusiones del oro de América. Llega a La Habana. Comete un delito. Encuentra refugio en un entorno boscoso, donde sobrevive gracias a los productos que ofrece la naturaleza virgen y feraz. Allí coincide con otros perseguidos, un luterano y un judío. Han descubierto el espacio en la utopía para la convivencia armónica despojada de la intolerancia. Sin valorar la paz conquistada, regresan a España, donde los dos herejes serán condenados por la intransigencia del poder dominante.
Sus palabras retumban en las redes sociales. En mi muro de Facebook las leí y compartí, y también escribí: «Que se recupere pronto, le deseo todo lo mejor del mundo».
«Querida Arleen, me imagino que ya lo sabes... falleció Tony, el director del Nacional, esta mañana... ¡Una tragedia! ¡Abrazos!».
Cuando el mundo vive una de las más desastrosas pandemias en la historia moderna y en la que Cuba se halla en la primera línea de combate sanitario contra el nuevo coronavirus SARS-CoV-2, Estados Unidos insiste en prolongar y acrecentar el violento bloqueo económico y financiero que mantiene contra la Isla desde hace 60 años.