Dejar de dar un abrazo, un estrechón de manos, un beso… no es tan fácil. Adaptarse a estar en casa, salir lo menos posible y usar un nasobuco pueden constituir pruebas «difíciles» para algunos, acostumbrados a ir de un lado a otro por cuestiones de trabajo y otras razones, pero muy necesarias.
En los países templados del hemisferio norte, cada abril representa el renacer de la vida. El trigo ha ido madurando bajo el manto húmedo de la nieve. Con el fin del invierno, brota con fuerza incontenible. Dentro de poco, estará listo para la siega. Los árboles secos se cubren de verdor. El aire parece más ligero y un sentimiento de alegría alienta a los seres humanos en la faena cotidiana.
Confinados por cuenta propia en nuestros hogares, o por cuenta de las ya tan cotidianas como planetarias medidas de aislamiento social, los humanos añoramos, cual sueños prometidos, los antiguos sonidos, colores, sabores y formas de la vida. Con tal ansiedad lo hacemos, que nos atreveríamos hasta suplicar ahora por las inoportunas y molestas estridencias que antes atormentaban la existencia.
Irresponsabilidad, insensatez, falta de sentido común. No hay otra manera de nombrar el comportamiento de no pocos que, aun sabiendo que el mundo está patas arriba con la propagación del nuevo coronavirus y que Cuba no puede aislarse en una urna de cristal, ignoran o le restan importancia a las medidas orientadas en detrimento de su salud y la de sus más cercanos.
Para morirse, lo único que hace falta es estar vivos. ¿Quién no ha escuchado esa frase alguna vez, a modo de alerta o de lapidaria conclusión? Sin embargo, los seres humanos tenemos la costumbre de acorazarnos en cualquier concepto para auto convencernos de que «no pasa nada», y si pasa, no tiene por qué tocarme a mí cuando hay gente más fatal o más enferma que yo.
Entre las esencias y enseñanzas mostradas desde siempre por la vida, aflora como un mazazo que solo es posible revertir la situación de desorden cuando, en vez de solicitar que la gente cumpla la ley, se proceda de manera resuelta contra aquellos que la quebrantan.
Aún en tiempos en que se viven circunstancias tan dramáticas como la batalla mundial contra la pandemia COVID-19, un mandato martiano nos acompaña y guía: elévate, pensando y trabajando. Hoy ese pedido adquiere especial relevancia cuando nos encontramos en medio del enfrentamiento a la temible por demás terrible enfermedad, que ha obligado a adoptar medidas restrictivas, aislamientos, suspensión o posposición de disímiles actividades, cuarentenas etc. La vida nos ha cambiado, nuestras rutinas de trabajo se modifican, sin quererlo intimamos más con nuestro hogar y la hora vivida es en extremo desafiante. Ante nosotros una disyuntiva, acoquinarnos en un rincón y dejar que el cielo se desplome o elevarnos, pensando y trabajando.
Hasta ayer, el mundo iba navegando perfectamente (dígase mejor, mediáticamente) bien, según los ideólogos del hombre para el mercado y no del mercado para el hombre. Con esa lectura redujeron al mínimo el gasto público, que para nosotros nunca es gasto, sino inversión, y recolocaron esos dineros donde mejor podían multiplicarlo para sus arcas personales.
Sus palabras retumbaron en las redes sociales. En mi perfil de Facebook las leí y compartí, y también escribí: «Que se recupere pronto, le deseo todo lo mejor del mundo». Mi comentario fue solo uno de los más de 6 000 que aparecen en el perfil del paciente 19 diagnosticado con la COVID-19 en Cuba.