Hasta ayer, el mundo iba navegando perfectamente (dígase mejor, mediáticamente) bien, según los ideólogos del hombre para el mercado y no del mercado para el hombre. Con esa lectura redujeron al mínimo el gasto público, que para nosotros nunca es gasto, sino inversión, y recolocaron esos dineros donde mejor podían multiplicarlo para sus arcas personales.
Quitan del poder a quienes piensan diferente. Por las buenas o las malas. Solo unos pocos han quedado, so pena de vivir bajo perenne amenaza del hierro subyugante, como Cuba y Venezuela. Son herejes privados de todo lo humanamente posible, porque los hospitales nunca deben ser más importantes que los negocios; ni los médicos que los militares.
Así iba plácidamente el mundo rumbo a su autodestrucción, con unos pocos comiéndose los recursos de todos y unos muchos muriéndose de hambre, hasta que llegó el virus SARS-CoV-2 y ha puesto el pie en el acelerador, pero con todos dentro.
No cree en ideologías ni sexos, tampoco en edades o razas, y mucho menos anda metiendo manos en billeteras. Los políticos de mercado no saben cómo trazar políticas humanas y la gente sigue muriendo por montones, lo mismo en los países de alcurnia como en aquellos sin linaje. Las vidas no se salvan igual que los dineros, pero esos políticos no saben hacer otra cosa. ¿Verdad, Bolsonaro?
Trump no puede dedicarse ahora a un tema menos importante que su relección. Estados Unidos, acostumbrado a ganarlo todo —o a vender la idea de que lo gana todo— ya encabeza el ranking de más contagiados y muertes por la COVID-19 con unos cuantos miles en ambas listas, cuando entran en la semana que sus expertos dicen que será peor. No alcanzan las camas, ni los recursos.
Necesita otro enemigo para voltear la mirada de sus electores mientras el virus los ataca por detrás. Con tantos muertos en casa, ha dado la orden de matar en Venezuela, porque allí hay un hombre que reniega de entregarle lo que las industrias norteñas quieren para seguir tragándose el futuro.
Trump le pone precio a la cabeza de Maduro: 15 millones de dólares, y casi nadie le pide cuentas en su país por semejante malversación de los fondos públicos.
En nombre de una ficticia guerra contra la droga, el virus rubio de la política imperial manda buques armados para mares próximos a Venezuela donde circula la paz, y deja abiertos boquetes oceánicos por los cuales se pasean barcos cargados de cocaína, procedentes de Colombia. Ecuación simple: Infonarcotiza mentes y gana votos. ¿Y COVID-19? Bien, gracias.
Mientras, queda claro que nada va a ser igual cuando pase esta pandemia, los «malos» siguen empecinados en salvar vidas. Apretados como están algunos, con la soga de Washington anudada en su cuello económico, hinchan los pechos y se aferran a que ningún hospital sobra, ni un médico o enfermera está de más. Que todo el mundo cuenta y no hay persona más importante que otra.
Malditos los «buenos» o benditos los «malos». No es juego de palabras. Es la vida la que está en juego.