Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Yo soy vulnerable, ¿y tú?

Autor:

Mileyda Menéndez Dávila

Para morirse, lo único que hace falta es estar vivos. ¿Quién no ha escuchado esa frase alguna vez, a modo de alerta o de lapidaria conclusión? Sin embargo, los seres humanos tenemos la costumbre de acorazarnos en cualquier concepto para auto convencernos de que «no pasa nada», y si pasa, no tiene por qué tocarme a mí cuando hay gente más fatal o más enferma que yo.

¿Acaso no soy más joven, más fuerte, más dichosa? Yo no le tengo miedo al lobo porque nací con una legión de ángeles para mí solita. Y si me toca, ¡bueno! De algo hay que morirse… No, no estoy delirando ni tengo una gota de fiebre. (Toco madera por si acaso… Ajá, la mesa: bien lejos del nasobuco, y me lavo las manos para seguir tecleando).

Ni siquiera intento ser sarcástica al repetir lo que escucho en colas y aceras habaneras, o lo que percibe el equipo de corresponsales de este diario en sus respectivas provincias, y tampoco menosprecio las estadísticas epidemiológicas que apuntan a determinados sujetos como muy susceptibles de pasarla mal con la enfermedad de moda.

De hecho, me apoyo en los números y leyes de la naturaleza para afirmar que yo, mujer, medio tiempo, que no padezco de nada, medito y hago yoga todos los días, también puedo caer en la trampa del «conquistador coronado» «e irme del parque» a pesar de los esfuerzos médicos, porque si algo ha dejado claro este virus después de tres meses de expansión global es que no anda escogiendo víctimas, porque «le sirve cualquiera» para multiplicarse frenéticamente, y mis células le vienen igual de bien que aquellas con un sistema inmunológico deprimido o un montón de años encima.

¿Que mi organismo pudiera dar pelea y no mostrar ni síntomas? Es verdad, para eso vivo sin hábitos tóxicos. Pero nada le impide al desalmado usarme para llegar a otras personas frágiles, y gracias a mi aquiescente imprudencia cebarse en mis adultos mayores, la vecina amable, la bebé de una pareja que se sentó en una guagua después de mí…

Y ahí es donde yo me vuelvo supervulnerable: ¿Aceptar que ese bicho me use para dañar a otros, sean o no cercanos a mi afecto? ¿Hacerme cómplice de un genocidio parable con tres o cuatro medidas simples, reiterativas y cómodas?

El físico Albert Einstein dijo que de la única cosa infinita que no dudaba era de la estupidez humana, y en las redes circula un meme aclarando que el SARS-CoV-2 no tiene piernas, pero usa la de los estúpidos para avanzar… ¿Haremos de la COVID-19 una pandemia infinita, o de una buena vez aceptaremos que todas las personas somos vulnerables, y no hay «aché» que salve cuando suena un ¡achís! a un metro de tu cara?

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