Irresponsabilidad, insensatez, falta de sentido común. No hay otra manera de nombrar el comportamiento de no pocos que, aun sabiendo que el mundo está patas arriba con la propagación del nuevo coronavirus y que Cuba no puede aislarse en una urna de cristal, ignoran o le restan importancia a las medidas orientadas en detrimento de su salud y la de sus más cercanos.
¿Fiestas? ¿Celebraciones en una piscina? ¿Baile, besos y abrazos entre todos? ¿Robo, desobediencia, actividad económica ilícita, especulación y acaparamiento? ¿No es posible entender que haya quien burle todas las advertencias realizadas y pretenda seguir el curso normal de la vida, cuando estar cerca unos de otros no era un riesgo?
Hace días en el Noticiero del Mediodía de la Televisión Cubana se explicaba que según datos de la Policía Nacional Revolucionaria (PNR) se han procesado más de 250 denuncias a los órganos de justicia en espera de juicio, y otras personas han sido multadas entre 200 y 3 000 pesos por no usar nasobucos, incumplir medidas sanitarias, desobedecer a la autoridad o persistir en conductas violatorias.
En las circunstancias actuales, cuando tanto se ha insistido en que incluso los asintomáticos pueden contagiar a los demás y en la necesidad urgente de comprender lo importante de respetar la distancia entre todos, todavía hay quien hace caso omiso y lo que es peor, «contagia» a sus allegados con esa supuesta inmunidad: eso no nos va a pasar a nosotros, «estamos aquí en familia», «¿qué problema tiene eso?»
No tiene que ser solo el Presidente de nuestro país quien califique de imprudente y de indisciplinado a quien se comporte de esa manera. Es evidente que todos podemos percatarnos del daño que nos hacemos y le hacemos a los otros cuando asumimos esas conductas. ¿De qué sirven entonces las medidas que se anuncian y los constantes llamados a la consciencia individual? ¿Dónde está la responsabilidad de cada cual?
Los agentes de la Policía Nacional Revolucionaria que he visto organizando las colas en aquellos establecimientos comerciales en los cuales se expende un producto altamente demandado como el pollo y la leche, ¿qué más pueden hacer si los que están ahí no respetan el consejo de un metro como mínimo de distancia entre ellos?
Lo ideal es que no hubiera necesidad de hacer esas colas, lo sé, pero ya sabemos que debido a los niveles de producción que tenemos, no siempre se puede realizar una amplia distribución de un producto determinado en las tiendas o venderlo como normado para que a cada uno le toque una justa cantidad.
Entonces, si muchos de nosotros tenemos que ser parte de una de esas colas por comprar lo que necesitamos, ¿por qué no podemos ser más consecuentes con nuestra propia salud y respetar las distancias y evitar las aglomeraciones en torno a la entrada de las tiendas o encima (casi) de los propios policías?
¿Por qué tiene que estar repitiendo lo mismo cada dos minutos la muchacha que, nasobuco y guantes puestos y pomo de hipoclorito en la mano, controla la entrada al agromercado de la esquina de mi casa? ¿De verdad necesitamos que alguien nos esté diciendo cada dos minutos lo que debemos hacer para cuidarnos a nosotros mismos?
¿Qué estamos esperando? ¿Cambiaremos de actitud cuando el próximo caso confirmado sea un familiar o un amigo nuestro? A veces cuando las desgracias se tienen cerca es cuando la llama de la cordura se enciende. ¿Es este el momento de sentarse en el parque a conversar, o de invitar a unos amigos a comer en la casa?
Se nos pide que nos quedemos en casa el mayor tiempo posible y que nuestras salidas sean para lo estrictamente necesario. Y esa petición es para mantenernos a salvo a nosotros mismos. Se nos aconseja cómo protegernos mejor, cómo actuar en espacios públicos si a ellos debemos ir, cómo evitar las indisciplinas. ¿Por qué entonces hay personas que hacen lo contrario? Tal vez no nos hayamos percatado