«Querida Arleen, me imagino que ya lo sabes... falleció Tony, el director del Nacional, esta mañana... ¡Una tragedia! ¡Abrazos!».
El mensaje de Ignacio Ramonet me llegó como un golpe inesperado, vía whatsApp, cerca de las tres de la tarde. Respondí: «Noooo», como si los deseos pudieran detener las noticias.
Aún me cuesta teclear esta que llega tan inoportuna, tan fuera de lugar, tan redundante, en días en que la muerte parece, más que nunca antes, el fantasma que nos acecha por todas partes.
Lo de Tony no tiene que ver con la pandemia. Quizá sí con la costilla rota que casi nos roba una entrevista inolvidable, en febrero pasado. Un día antes del programa, al mover un equipaje colocado sobre un escaparate, todo el peso de la valija fue a dar contra sus huesos de 76 años y le quebró un costado. Fue obligado a reposar.
Pero era un hombre de palabra y en cuanto logró neutralizar un poco el dolor, se sentó disciplinadamente a responder un largo cuestionario sobre su vida y la del hotel Nacional, que en los últimos 23 años fueron casi lo mismo.
Tony era el Nacional. Podía contar cada una de sus fascinantes leyendas como si las hubiera vivido. No las decía como quien aprendió algo de memoria. Le salían del alma. Como si los 90 años que va a cumplir el hotel fueran la historia de su propia familia.
Con ese conocimiento absoluto de lo que se ve, e incluso de lo que no se ve porque está bajo tierra, Tony se movía por los largos pasillos, atravesaba los portones y conversaba con los visitantes del Nacional, con la distinción de los auténticos anfitriones: amable, cálido, encantador.
Pocos cubanos podrían presumir de haber conocido y tratado a las grandes personalidades del mundo que visitaron la Isla en las últimas dos décadas, como Tony. Y no dudo que todos ellos lamentarán no volverlo a encontrar en un retorno a La Habana.
Bien ha dicho Alina Tiel, quien lo entrevistó antes, que Tony es «la otra leyenda del Hotel Nacional». Una leyenda con algunos misterios por revelar, como el salto de su acomodada infancia en el Cerro —junto al abuelo gallego que lo consentía en todo— a la rebeldía revolucionaria.
O sus largos años de servicio a la nación que le ganaron los grados de General del Ministerio del Interior, puestos sobre sus hombros por Fidel.
Fidel es la explicación de casi todo. Tony asociaba el despertar de su conciencia política y su destino personal al líder de la Revolución Cubana. Lo hablamos muchas veces.
Y al final de la entrevista para la Mesa Redonda se le escucha murmurar: «Me tocaste», después de contar que fue Fidel quien le pidió dirigir el Nacional con la excelencia de las mejores compañías extranjeras. «Yo creo que cumplí con él», dijo humildemente y recordó emocionado que posiblemente la última salida pública de Fidel fue al Hotel Nacional.
Ese Monumento Nacional, esa extensión exclusiva del Patrimonio de la Humanidad, esa Memoria del mundo de la Unesco, ese hotel que es al mismo tiempo un museo de la historia de Cuba, es también la obra de liderazgo y compromiso de un muy eficaz y sensible gerente cubano.
Que jamás se nos olvide, para que se honre su legado, imitándolo creativamente. Que se pueda decir de los que vienen detrás, lo que siempre se dijo de Tony: «el del Nacional».
(Tomado de Cubadebate)