«La educación es lo que permanece después de que uno ha olvidado lo que aprendió en el colegio»… Así escribió el científico alemán Albert Einstein, quien quizá hoy encuentre con pesar que muchas personas son duchas en cuestiones matemáticas, logísticas, químicas, económicas, lingüísticas, artísticas, pictóricas, entre otras, pero les falta «lo otro».
El 13 de agosto de 2016 es una fecha que los cubanos guardamos con afecto y nostalgia a la vez. Sin embargo, nadie podrá borrarnos del alma la felicidad de aquel sábado hermoso cuando Fidel llegó invicto a su 90 cumpleaños. Imposible será olvidar de ese día su rostro, su alegría propia de un eterno joven y su intachable figura que se despedía como solo saben hacer los grandes, de pie y con la cabeza en alto.
Como serpientes que paren múltiples cabezas allí donde se les da un tajo, así parecían ser los pillos y pillas que han estado enmarañando las colas, como llamamos los cubanos a las filas que hacemos para acceder a múltiples servicios.
Como en la primera, la segunda, y ahora la tercera fase de la recuperación tras el enfrentamiento al coronavirus, desde Guantánamo nos preguntamos —visto el repunte de los casos, el relajamiento y la irresponsabilidad— si realmente ha calado en la gente lo conveniente que sería para todos que ese virus mortal salga, definitivamente, de nuestras vidas.
Los coleros-acaparadores-revendedores son un virus que muta según las circunstancias y las brechas que dejemos abiertas. Deben ser tratados como tal. ¿Qué haría usted si sabe que un vecino tiene síntomas de COVID-19 y los está disimulando? Seguro que toma dos medidas de urgencia: corta el vínculo con esa vivienda y alerta al personal de salud. Con la plaga que ronda los establecimientos comerciales hay que hacer lo mismo.
Hubo en Marianao un café Torino y una tienda de víveres llamada Cuba-Italia. Aquel piamontés quiso dejar su huella en Cuba. Invirtió en el crecimiento urbano, construyó acueductos y contribuyó decisivamente a la edificación del primer barrio obrero de América Latina, donde todavía recuerdan, cada 24 de febrero, la fecha fundacional. Había cursado la carrera sacerdotal en su tierra de origen y comprendió, al terminar los estudios, que no sería capaz de cumplir con el voto de castidad. Adquirió una sólida formación humanística, tanta que el poeta José Z. Tallet, durante un tiempo su secretario, recordaría después que, en ocasiones, abrumado por los asuntos de negocios, agarraba El arte de amar de Ovidio e iba traduciendo los versos latinos a simple vista. Carecía, sin embargo, de profesión u oficio. Decidió, entonces, emprender la aventura de buscar fortuna en América. Camarero y maestro de francés en Nueva York, vio en el surgimiento de nuestra República neocolonial la oportunidad de desplegar su vocación de empresario. Llegada la hora de la muerte, regresó a Turín. Sus descendientes no perdimos el contacto con esa ciudad en la que su hijo Marcelo se vinculó a los pintores futuristas. Yo recuerdo todavía a mi maestra de segundo grado, la señorita Poli, tan solitaria en su humilde buhardilla.
Siendo de los seres más comunes de este mundo, cada uno portador de dos talones de Aquiles, porque a derecha e izquierda nos mata lo mismo una flecha de guerra que otra de amor, los periodistas descubrimos hace tiempo un conjuro infalible contra la muerte del otro: la crónica. Los manuales, tan formales ellos, no se atreven a decirlo, pero hasta el novel reportero que arma su primera línea sabe que La Parca le teme a la hermosura.
¿Qué dirías si una tarde te invitan a ver ovnis? ¿Si te recoge Gilda, que abrió las puertas de tu mundo? ¿Si te señalan más allá del volcán? ¿Si?
Se ha ido un compañero, un colega con quien no tuve muchos vínculos en los últimos años, pero su recuerdo está relacionado con mis inicios en el periodismo, en una época convulsa, llena de incertidumbres y esperanzas: 1976, el año en que se institucionalizó el país.
Vamos saliendo de un trance que ha puesto a la vida sobre el filo de una navaja y que requiere, para ahuyentar el contagio, un cuidado individual extremo. ¡Nadie, nadie, puede proteger a un ser humano de sí mismo!