¿Qué dirías si una tarde te invitan a ver ovnis? ¿Si te recoge Gilda, que abrió las puertas de tu mundo? ¿Si te señalan más allá del volcán? ¿Si?
Aquí me veis, en un prólogo exótico, una parada previa frente a un lago. Estreno el paladar con sopa de huitlacoche: un hongo reconvertido en manjar de los dioses. Huitlacoche y elote: dos colores copulando en un plato. Chile serrano, tortillas de maíz a la juliana, una hoja de apazote.
Hay un sabor intenso, terroso, ahumado. Es lo desconocido.
Después será pasar Comala, el pueblo mágico, la villa blanca y sus calles de piedra. Subir, zigzaguear, entrar a la montaña. El timón es de primera. Mercedes Sosa suena en estos parajes: «Solo me hace falta que estés aquí con tus ojos claros…».
Pasamos los mil metros, casi los mil quinientos. Verde. Verde el musgo, verde el enorme Tezcalama, el Árbol Guardián. Verde cerca de los arroyos. El verde te come los ojos. De pronto el asfalto se estrecha, se pierde. Comienzan los caminos a abrazarte. La tierra se vuelve árida, tremenda.
El Volcán de Fuego de Colima está al tiro. Estamos en La Yerbabuena, una comunidad al borde, una comunidad rural cada vez más exigua, un gran jardín, un parque natural, una delicia. Nos espera un amigo, un sabio de estos sitios. Asoma con el paisaje quemándole la piel.
Aquí todo es simple y magnífico. La naturaleza se tomó su tiempo. Una cabaña rústica es la plaza para avistar los ovnis, un pequeño balcón, un descampado de troncos. Me tiendo. El sabor de la sandía y la papaya me embriagan.
Estoy en un pedazo del mundo, en el estado libre y soberano de Colima. Estoy dentro de una película. Estoy en México. Es abril, es 2018. La tarde cae. Los matices cambian en la lejanía. El volcán es una gran pantalla: del azulado al cobalto, del castaño al ocre, del rosa al fuego. Abro los ojos para que nada escape.
Y cuando la paz me invade, cuando ya no hay preguntas, cuando solo queda respirar este aire… aparece algo raro en mi cámara. ¿Son pasadas las cinco, las seis? Un punto luminoso, una marca encendida. Enfoco de nuevo, aprieto, salto.
La luz cambia de lugar, dibuja en el horizonte un haz pequeño, por un instante parece hendirse un borde. Hay que fijarse bien. Allá por el volcán, por esa zona, hay una esfera brillante sin una sola mancha. Hay una redondez prendida. Todo está registrado, todo en el lente.
La Yerbabuena tiene reportes de estas extrañezas, más de una. Lo he leído antes de llegar, sigo leyendo desde entonces. Ahora soy uno más que ha visto algo en el cielo, algo lejano, algo.
Al llegar me preguntan de los avistamientos. Un interés en sobretono, una sonrisa contenida. Y, de pronto, lo que he visto… se degrada. Ahora resulta una impresión, un deslumbre, un fenómeno climático. Tal vez algo en el lente. Mucha poesía, mucha imaginación, me dicen. Es un punto nomás que brilla en la distancia…
Siempre descreen.
¿He avistado un ovni? ¿Qué ocurrió realmente en La Yerbabuena? ¿Quién me lo quita? ¿Acaso uno no ve lo que quiere ver?