Lo único que pensé fue en salir a las 10:30 de la noche para la terminal, con las mismas ropas que llevaba encima en aquella redacción, con la mochila vacía, sin libros, sin abrigos… con nada.
Más allá de la inconformidad, inherente a la condición humana, sabemos que las lluvias aseguran bienestar, a pesar de que pueden originar aluviones y otros daños, como las ocurridas en mayo y junio, principio del período húmedo en Cuba que se extiende hasta octubre.
«Que abran La Habana ya». No puedo recordar la cantidad exacta de personas que semanas atrás compartían su deseo conmigo, aun cuando no tenía yo el mismo nivel de desesperación, ansiedad, angustia o inquietud.
El más poderoso aliado que la COVID-19 ha encontrado en la especie humana, el inefable histrión que llegó a vaticinar que la pandemia desaparecerá sola, «como un milagro», y a recetar singulares inyecciones de desinfectantes, parece haber hallado émulos de su talla en unos muchachones que convierten el infausto capítulo sanitario en alegre pachanga.
Con sus ramalazos ciegos, el coronavirus ha puesto a prueba fortalezas y debilidades de la sociedad cubana. Esta obligada situación de aislamiento como país y sociedad, como familia e individuo, nos ha conminado a repensarnos en ese ignoto camino de la construcción del socialismo —como lo calificara Fidel—, precisamente para alcanzar su viabilidad plena.
Por desidia, las palabras se amontonan en el rincón de los objetos inservibles. Allí, por desuso, se van cubriendo de herrumbre. De esa manera, los seres humanos contribuimos, devorados por la indiferencia y la ley del menor esfuerzo, a mutilar las antenas que nos comunican con nuestros semejantes, afinan el delicado temblor de la sensibilidad y favorecen el acceso al amplio horizonte del conocimiento, todo lo cual configura el perfil distintivo de la especie. El poeta se hace cargo del vocablo herrumbroso, lo pule, lo devuelve a la vida y multiplica su significado mediante el engarce inesperado con otras imágenes. Abre nuestros sentidos a la percepción de zonas silenciadas de la realidad, nos induce a escuchar «el dulce lamentar de dos pastores» y motiva el despertar del alma dormida para recordar «cuán pronto se pasa la vida y se viene la muerte». La desidia también promueve la indiferencia ante lo hermoso del mundo que nos rodea, tanto el paisaje natural como el entorno edificado por las manos de nuestros antepasados.
Ocurre la dolorosa muerte de un joven en Cuba, mientras buscaba evadir la persecución policial, y no faltan quienes intentan hacer estallar al país.
Se frotan las manos —estilo primaver...
Mi amigo el médico es un devoto de la cultura grecolatina, en especial la que se remonta a los siglos antiguos y medievales. Su ilusión fue siempre visitar la región fundada por Eneas, la tierra de Rómulo y Remo, de la república de Julio César, del imperio de Octavio Augusto, la Roma de Cicerón, Claudio y Marcos Aurelio; el país de Giuseppe Garibaldi y Antonio Gramsci; subir los escalones del antiguo Coliseo, escuchar una misa desde la Basílica de San Pedro, disfrutar de cerca los frescos de Rafael y Miguel Ángel en la Capilla Sixtina; deambular por la cuna del Renacimiento desandando los museos y galerías para extasiarse con las creaciones de Leonardo Da Vinci y de Benvenuto Cellini; leer en sus originales la hermosa poesía de Dante, Petrarca y Boccaccio; examinar en toscano las novelas de Umberto Eco e Ítalo Calvino; navegar en góndolas por los hermosos canales de Venecia, descender al palacio de San Marcos y a la catedral sumergida; subir hasta el puente de los suspiros mientras atestiguase el crepúsculo veneciano; disfrutar del cine de los grandes directores italianos; regocijarse con las actuaciones de Marcelo Mastroianni, Zavattine, Manfredi, Giuliano Gemma y las bellísimas Claudia Cardinale y Sophia Loren; tocar el cielo de la Escala de Milán escuchando las óperas de Pavarotti, Caruso y Bocelli…
Llegó en un carruaje, se desmontó orondo y mostró un documento, probablemente un carné. Parecía que habían decretado un «Abran paso», porque el hombre, joven y musculoso, fue apartando a todos los que se encontraban en la multitud hasta llegar al mostrador. Finalmente compró un producto, sonrió feliz, hasta se miró los bíceps y volvió a su carroza para continuar viaje.
Asi como el cuerpo pierde su equilibrio y enferma, también eso que llamamos alma, espíritu —ese universo de lo subjetivo donde se libran batallas cardinales como la de la voluntad—, puede dañarse y su restauración resultar más difícil y compleja que la que pueda obrarse con una pared.