Las afinidades electivas tienen un componente misterioso. Alejo Carpentier no olvidó nunca el día en que descubrió a nuestro Historiador de la Ciudad, andariego como él, empujando una carretilla, en ropa de faena, por las calles de La Habana. De ahí nació una amistad, a la que pronto se incorporó Lilia, la compañera del escritor.
En algún minuto perdido entre las 11 y 25 y las 11 y 42 de la noche de este viernes 31 de julio, un avión despegó del habanero Aeropuerto Internacional José Martí. Hacía meses que no veía volar un avión y, en cuanto lo divisé buscando altura, pocos segundos después de abandonar la pista, salté del sofá y me precipité al balcón.
No tuve la dicha de entrevistarlo, pero sí pude escuchar de cerca la forma en que hablaba de Cuba y sobre lo que le tocaba hacer hoy a sus hijos más nuevos, porque un hombre sabio es siempre joven. Recuerdo el día en que como un maestro que vivió intensa y largamente los desafíos del país compartió con los miembros del IV Pleno del Comité Nacional de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC).
MENDELÉIEV, mi hermano, con el mayor respeto y con el perdón de los alérgicos; pero hoy el personaje más querido de tu tabla periódica, el bárbaro de verdad, el sin cabeza, el sabueso (no de los Baskerville, sino de la COVID-19), el que nos da esperanzas al costo de parecer un fastidio, es el señor Cloro en todas sus denominaciones.
Acabo de eliminar definitivamente de mis contactos en las redes sociales a un antiguo conocido. En lo personal, no me ofendió, ni me agravió, ni me atacó ni me tildó de nada. Lo hice porque me turbó la mutación cerebral que ha sufrido desde que se fue «para allá». Ahora resulta que le alarman los destino de Cuba, llama dictadores a sus dirigentes y —¡válgame Dios!— asegura que esta isla indómita y rebelde no será libre hasta tanto los americanos no la invadan.
El dinero fácil de obtener, como río revuelto, incita a pescar al proclive a delinquir. Y esta verdad verdadera pasa, digámoslo sin tapujos, hasta por la benevolencia con que se ha tratado ese fenómeno, más visible en el actuar desenfrenado de coleros y revendedores.
En pocas ocasiones hemos sido testigos de tanto revuelo en contra del reconocimiento a un músico como el otorgado al cantante puertorriqueño Bad Bunny, por ser Compositor del Año en la categoría de Música Latina en un certamen estadounidense. Tanto es así, que esa primera impresión de cuando estamos muy molestos, esa en que por lo habitual se nos nubla la mirada objetiva sobre un tema en cuestión, muchos la han sentido al entender que se le entregó el premio al mejor compositor del año en curso; pero en honor a la verdad, este no ha sido el caso. Ha sido una decisión de la directiva de la Sociedad Americana de Compositores, Autores y Editores (Ascap) para resaltar la cantidad de discos que ha vendido dicho músico, nada más.
La maltrecha República neocolonial estaba cumpliendo medio siglo. Nació mutilada. Los participantes en la Constituyente de 1901 terminaron por aceptar la imposición de la Enmienda Platt y los tratados económicos que nos condenaban a la dependencia, por preservar la bandera y construir una frágil institucionalidad política. El país entraba en el siglo lacerado por la guerra, la tea incendiaria y la reconcentración. Con todo, los sueños no habían muerto. A pesar de la danza de los tiburones —parásitos de los bienes del país— y del intervencionismo del imperio, la sociedad se reagrupaba con vistas a encontrar vías para sacudir el yugo. Impalpable, el legado martiano se mantenía vigente y actuante como patrimonio indestructible de la nación. A la vuelta de los años 20 del pasado siglo, los obreros, las mujeres, los estudiantes, los intelectuales, atenidos al momento histórico, enriquecieron las bases de un programa transformador. La conciencia antimperialista se articuló y cobró forma, en la teoría y en la práctica, en tanto premisa para la conquista de una auténtica soberanía nacional. Este concepto fue siembra indeleble de la Revolución del 30.
Las madrugadas de julio —cuando no hay huracán— suelen ser así: húmedas, quietas, violentadas cuanto mucho por el vuelo abrupto de alguna mariposa bruja o por la luz lejana de las centellas que, mudas como estas noches de verano, se suceden unas a las otras, pero nada más.
El panorama político en Cuba desde la usurpación yanqui a finales del siglo XIX y hasta la década de 1950 era muy complejo. La tan anhelada independencia de la metrópolis española fue truncada por el emergente imperio estadounidense que, con enmiendas y tratados unilateralmente ventajosos, hizo del país insular su patio trasero.