El 13 de agosto de 2016 es una fecha que los cubanos guardamos con afecto y nostalgia a la vez. Sin embargo, nadie podrá borrarnos del alma la felicidad de aquel sábado hermoso cuando Fidel llegó invicto a su 90 cumpleaños. Imposible será olvidar de ese día su rostro, su alegría propia de un eterno joven y su intachable figura que se despedía como solo saben hacer los grandes, de pie y con la cabeza en alto.
Sería entonces sin saberlo y por un injusto capricho del destino el último cumpleaños que celebraríamos con la presencia física del Comandante en Jefe. En aquel teatro multiplicado de cubanos solo hubo espacio para el cariño sincero expresado desde la bondad martiana de un elenco artístico repleto de niños y jóvenes.
El líder histórico de la Revolución Cubana fue ese día el más distinguido y feliz espectador de la compañía de teatro infantil La Colmenita. Frente al escenario estaba el hombre de ideas firmes y palabras elocuentes ante multitudes. Pero allí estaba él, presto a observar lo que sería la clase de Historia mejor planificada por el equipo de Cremata.
Para el mayor discípulo de Martí en su natalicio 90 no podía faltar una celebración marcada por el paralelismo histórico entre ambas figuras. La clase imaginaria que congregó en un aula improvisada del Karl Marx, sobre todo a niños, fue recordando indistintamente pasajes de la vida del Apóstol y Fidel. Del padre al hijo, tal y como transitó el camino espiritual de nuestra Revolución, se volvían a encontrar por medio de anécdotas y en una noche mágica los dos gigantes.
Pero el 13 de agosto de 2016 también se recodará por los «misterios» revelados en las voces de seres entrañables. Cada detalle era un pedazo de vida y de historia que volvía al presente, y la dimensión de la oralidad creció cuando en medio del escenario tomó asiento el querido Eusebio Leal Spengler. El eterno Historiador de La Habana supo identificar de entre sus anécdotas al amigo, al hombre que no toleraba la mentira y al persistente líder que junto a su pueblo hizo frente a las más duras amenazas.
Solo una persona como Eusebio, tan cercano por años al Comandante, podía entregarnos con clara efusión un testimonio lleno de fidelidad y vehemencia. Del apasionado verbo de Leal llegó el respeto a la obra y a la historia revolucionaria de un país que desde hace mucho tiempo lleva en todas sus luchas la lanza moral que fundió Fidel.
Al final de sus palabras y con la certeza de quien reconoce que las ideas cuando se siembran bien no se marchan con la muerte, dijo: «Fidel es único, por eso los cubanos se sienten y se sentirán acompañados por él siempre». No hubo un mejor colofón a la actividad que ese, al igual que el abrazo sincero y espontáneo de una pequeña niña colmenera que resumía el afecto de todo un pueblo por el líder de mil batallas.
El teatro Karl Marx, que acogió a cerca de 5 000 invitados, se había cargado de emociones aquel día. Pocos sospechábamos, quizá por aquello de saberlo imperecedero en el tiempo, que ese fuese el ocaso de cualquier celebración con la compañía física del Comandante en Jefe. Sin embargo, no sería un conclusivo 13 de Agosto, más bien fue un multiplicador de razones para honrarlo en cada fecha de su natalicio.
Lo cierto es que desde entonces el tributo a Fidel va marcado por el simbolismo de su presencia. El propio cumpleaños 90 fue un punto y seguido que alimentó esos deseos por retribuirle, con más fuerza cada octavo mes del año, el cariño que un día nos ofreciera a todos.
Sin dudas, la máxima martiana de que amor con amor se paga se cumplió con creces el 13 de agosto de 2016, y ahora que arribaremos al aniversario 94 de su natalicio no será la excepción. El Comandante en Jefe llegará a otro encuentro con nosotros, ya no desde un teatro abarrotado de público, pero sí para colmar los recuerdos de quienes lo vimos tan feliz aquella tarde-noche de sábado.