Imagine que, en un restaurante, usted ordena un café. Lo saborea, y un rato después pide la cuenta: «Son 12 127 pesos», le informa el dependiente. Sus reacciones pueden ser dos: la primera, en un arranque, poner patas arriba el local, y la segunda, pedir permiso para ir un momento al baño ¡y saltar por la ventana!
En memorable crónica, un periodista dijo que a Cuba de la Caridad había que hacerle un monumento. Tal vez —proponía entonces—, debía ser un corazón enorme, que se desborda y sangra.
Uno de los grandes filósofos de la humanidad dijo, más o menos, que si el hombre pensara no hablaría, para connotar cómo el razonamiento debe preceder a lo que se va a expresar y, de este modo, la sensatez evitaría tantísimas boberías que escuchamos lo mismo a pleno sol que bajo techo.
Por tres décadas a la unidad militar élite de Indonesia, el Komando Pasukan Khusus, o Kopassus, no hubo líder sindical, estudiantil o movimiento independentista en Asia Pacífico que se le escapara. Muchos fueron objetos de su asedio. No pocos murieron torturados. Reconocida y famosa por el empleo de prácticas brutales desde los 70, particularmente en Timor Leste, Aceh en la isla de Sumatra, Papúa y Java, podría contar nuevamente con la asesoría y entrenamiento de Washington.
Durante meses evité entrar a una de las más grandes tiendas recaudadoras de divisas de mi ciudad. No más penetrar, en el pórtico aparecían unos perros gigantes, tigres acostados y otros ejemplares de adorno, provocadores de ataques de pánico por su atentado a la estética.
Presumo de ser uno de los dichosos mortales que vinieron al mundo con un libro por almohada. Tan pronto aprendí a buscarle sentido, hallé en sus páginas mi refugio favorito. Hoy, parte de mi tiempo discurre aún a la vera de ese compañero sublime, de quien dijo Settembrini, uno de los personajes de La montaña mágica, de Thomas Mann: «A menudo en tu vida encontrarás que un libro es mejor amigo que un hombre». Puedo blasonar, además, de que mi biblioteca es como mi biografía, porque conservo en sus anaqueles un libro para cada etapa de mi vida.
Hay seres que se asoman a la vida en el instante preciso. Y la sujetan fuerte para enrumbar los mejores afanes. Hay hombres preclaros, rebeldes, de principios inamovibles. Llegan como si ya hubiesen ido muchas veces adelante. Y se van dejando tanto, salvando todo. Juan Gualberto fue de esos.
A la hora de picar el cake, los que festejan ponen cara de haber masticado cáscara de limón cuando ven aparecer a otros participantes. Estos también querrán su parte del pastel, y por eso, se llevan una mueca de los anfitriones. En días de crisis, ¡hay tan poco dulce que repartir…!
Recibí hace poco un mensaje en el que alguien me preguntaba muy respetuosamente qué yo quería decir el viernes pasado cuando, al final de mi nota titulada El detalle y el conjunto, escribí: «Quizá todo sea más claro cuando diga que las puertas cerradas solo conducen a la ansiedad, a incrementar la sensación de la pérdida de sentido y responsabilidad en las acciones humanas. Y con la metáfora solo quiero decir, lo que he dicho: La ilusión, el estímulo, la confianza implican aire fresco; la inflexibilidad… Bueno, califíquela usted». No comprendía, además, que yo invitara a mis lectores a que calificaran la inflexibilidad.
Cuando hace unos meses el senador por la Florida, Mel Martínez, anunció que se retiraba inmediatamente de su escaño en el Senado Federal, todos los ojos se viraron para el Gobernador del estado, Charlie Crist, pensando que era la persona que lo iba a sustituir. No había por qué pensar que el primer mandatario del estado no fuera el sustituto natural para ese puesto.