Transcurrían las siete de la noche. Pasados diez minutos en la parada, el transporte que nos llevaría a casa llegó. Íbamos como «sardinas en lata» pues todavía a esa hora muchos terminaban de trabajar y regresaban a sus hogares.
Si escribiéramos las palabras temblor de tierra, sismo o terremoto en un supuesto buscador de información en la imaginaria intranet del anecdotario popular guantanamero, aparecerían de súbito miles de referencias a lo vivido este sábado a las 2:08 de la tarde.
Un leve alivio ha seguido al franco desencanto —para ser eufemísticos— que dejó el primer anuncio de que un ente regulador velará por el empleo que haga Haití de los fondos que le den los países donantes… según lo que acuerden finalmente el 31 de este mes.
Repulsivo. Un puñado de gorilas ideológicos, encabezados por el célebre escritor Mario Vargas Llosa —experto en verdades a medias y mentiras absolutas— dicen en increíble comunicado: “Orlando Zapata Tamayo fue injustamente encarcelado y brutalmente torturado” y el Parlamento Europeo “condena enérgicamente la muerte evitable y cruel del disidente político”, que murió denunciando “la falta de derechos y democracia de su país”.
El sismo fue de 7,3. Pero la sacudida de conciencias debió romper la escala de Richter una vez que el mundo —¡algunos se desayunaron!— pudo ver las rajaduras del trágico sismo social y económico sobre las cuales se abrieron las nuevas grietas.
A menudo oigo esta pregunta, especie de lamento, desahogo e inquietud de la conciencia patriótica: ¿Qué será de Cuba dentro de diez años? Si me consultaran, diría que no me parece mala ni buena esta preocupación. Existe. Y ubicarla mediante un enfoque inflexible en algún extremo —sobre todo en el menos positivo— no resultará muy provechoso.
Cuando ante casi un centenar de personas dio la primera explicación del día, Sergio no podía imaginar que nuestras historias se cruzarían. Con menos de 24 horas en su nueva ubicación laboral todo parecía estar dispuesto para cumplir con la tarea: mejorar el servicio de la agencia de pasajes de Tulipán.
En los asuntos de esta vida —dicen los más viejos— hay que llevar dos jabas: una para ganar y otra para perder.
Más allá de los planes rotos, los topes rebasados y otros resultados, la ineficiencia y el uso no óptimo del tiempo laboral se instaló como un virus burlón en algún área maltrecha, difícil aunque no imposible de eliminar, del disco duro de empresas y centros productivos del país.
Hace casi 12 años nació en Villa Clara un proyecto que desde su propio «parto» anda instruyéndonos en el prodigioso valor de una sonrisa.