CUANDO la gente me pregunta cómo le va a mi hijo, sonrío, antes de responder así, como medio casual, que está muy bien, haciendo su doctorado en Física Nuclear en Alemania, además de practicar alpinismo e ir en bici a la universidad.
MI amiga y su esposo dedican cada año uno de los dos meses estivales de receso docente a alejar a sus hijos de las pantallas. Desde que lo supe aplaudí esa idea porque no se trata solamente de retirarles de su cotidianidad los artefactos tecnológicos, sino de que todos juntos, cual familia que son, preparan mochilas y casas de campaña y comparten ese tiempo al natural, como dice ella, al ritmo de la naturaleza, haciendo senderismo, acampando cerca de ríos y bellos paisajes, aprendiendo a sobrevivir y a disfrutar del mundo en su versión más pura.
Todo comenzó a través de una llamada telefónica. Del otro lado del auricular sentí la fuerza de una recta de 90 millas sobre mi oído derecho: «¿Quieres ser la corresponsal de Juventud Rebelde?», soltó el interlocutor con solemnidad. Necesité unos segundos para reaccionar al lanzamiento. Debo haber tomado un sorbo de aire para reponerme mientras escuché otro fragmento de sus argumentos: «Creemos que sí puedes y así lo comunicamos a la dirección del periódico», insistió aquella voz con demasiada seguridad con respecto al tema. El resto de las explicaciones quedaron en el vacío o mi memoria se empeñó en borrarlas.
Me ruega mi joven jefe de Información, Raciel Guanche Ledesma, que salude los 60 años de Juventud Rebelde, así como lo hizo una década atrás por los 50 Ricardo Ronquillo, entonces subdirector de este diario, y clarividente incansable que lo prestigió con su irreductible sueño de un periódico más agudo y comprometido con Cuba, desde la cercanía vindicatoria del sentir ciudadano.
El triunfo de Rodrigo Paz como presidente de Bolivia constituye el desenlace de la división vivida en el liderazgo del Movimiento al Socialismo (MAS), y marca el inicio de una nueva etapa para una organización popular convertida en fuerza política que significó un parteaguas en la historia nacional, y refundó al país convirtiéndolo en un Estado plurinacional que por vez primera reconoció los derechos de las mayorías indígenas.
«OIGA, periodista, ¿Cuándo van a escribir en Rebelde sobre un buen servicio?», me preguntó un transeúnte, mientras caminaba hacia la diana parqueada, junto al Colón del malecón baracoense, donde esperaba mi tropa de Senti2Cuba.
«Cuando me encuentre uno que lo merezca», respondí en tono lo más neutro posible, porque acababa de tener unas palabras con la despachadora de una cafetería ...
A veces la vida dibuja círculos casi perfectos, que sorprenden y hacen levitar.
Lo escribo porque en este instante, viajando hacia el pasado, recuerdo el día en que un equipo de prensa llegó a la vocacional holguinera José Martí para reflejar en un reportaje el quehacer de aquella escuela azul y majestuosa, hoy lamentablemente lesionada por varios lados.
Corría el año 1987 y, días después de aquell...
Cuando levantabas el auricular, una voz ronca, con acento fingido, decía: «Oiga, este tu niño: por aquí la CIA, la CIA. ¿Me escucha?». Y no hacía falta mayor presentación. Porque, ya por el tonito y el vozarrón, sabías que al otro lado de la línea estaba, muy orondo, muy sonriente, muy jodedor, nada más y nada menos que el Doctor Jorge Calvera Rosés, el descubridor de un buen númer...
«Silvio en concierto u otro que se parezca está bien para comenzar... sus canciones me hacen pensar...». Estos versos de Sábado corto, la balada de Pablo Milanés popularizada en los años 80, fueron el mantra de mi generación: salir a La Habana nocturna, encontrarse con amigos y con Silvio Rodríguez en algún barrio para saborear la dignidad literaria de una parte de la música popular cubana que ha luchado por hacer poesía con las letras de las canciones.