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Chicho

Chicho, ícono del diseño cubano, celebra 50 años de trayectoria creativa con una obra que ha marcado generaciones a través de la gráfica, el humor y la identidad visual nacional

Autor:

Reinaldo Cedeño Pineda

Si pronuncio su nombre, Román Emilio Pérez López, acaso nadie se levantará; más si digo Chicho (con esa letra O que semeja un rostro feliz), todos esbozarán una sonrisa. La alegría salvará al mundo. No es posible no haber visto algunas de sus caricaturas, de sus carteles, de sus diseños aquí y allá… porque han sido 50 años de infatigable creación.

El Museo de la Música Pablo Hernández Balaguer, en Santiago de Cuba, exhibe ahora mismo su exposición De música y de músicos, donde es posible apreciar su profusa imaginación. Es una celebración adelantada de su cumpleaños el próximo 24 de agosto. Un saxofón, una guitarra, un martillo o un juego de dominó se convierten gráficamente en materia para la hilaridad. Chicho se apropia del absurdo de las cosas, y para hacerlo se necesita una chispa y una síntesis muy especiales.

Una caricatura no es un retrato, es una opinión. Así dicen los expertos, eso sostiene el artista. Admiro su capacidad para darnos su propia óptica, la claridad de sus trazos, la exactitud del color, la tesis que encarnan sus propuestas. 

Personajes de todas las épocas, de todas las épicas, asoman en sus piezas. Puede ser Faustino Oramas (El Guayabero), Compay Segundo, Eduardo Sosa o el mismísimo Pepe Sánchez, por solo citar la música. Son ellos y son otros, pasados siempre por el tamiz de un artista. Incluso, Chicho fue pionero en acercarse a la figura de Fidel desde la caricatura, un reto vencido con suprema elegancia, un camino que otros siguieron luego. 

Cuando se indaga en su historia, conocemos del interés tempranero por las artes plásticas, del curso de Dibujo Comercial Publicitario por correo, de la llegada a los Estudios Fílmicos de
Animación (EFA) en Oriente, a principios de los 70. 

Él fue parte de aquella gesta que inauguró y sostuvo el canal Tele Rebelde en la entonces capital de Oriente. No tenía la edad requerida, cierto; pero una vez aprobado el examen, esperaron su regreso del Servicio Militar. Aquellos segundos de propaganda de bien público en las pantallas, resultado de la obra colectiva, también llevaban su marca. Era el comienzo. 

Graduado de Dibujo y Pintura de la Escuela José Joaquín Tejada, Chicho creó el Salón Nacional de Humorismo Gráfico Sonría, Compay. Se elevó y empujó a los demás. A estas alturas, suma más de medio centenar de exposiciones, personales y colectivas. Ha participado en salones internacionales en tres continentes, ya va perdiendo la cuenta. 

Una de sus marcas en el humor gráfico es el diálogo directo con el público, sin usar globos ni palabras. Confía en sus maneras y «que el dibujo hable por sí solo», reafirma con total seguridad.

Nunca olvidaré aquel díptico que nos regaló a la inolvidable poeta Teresa Melo y a mí. En la pieza de la dama, está mi mano extendida sobre su hombro y en la que poseo, el  cabello frondoso de la escritora se completa con el mío. Solo se entienden del todo cuando se juntan. Fue un obsequio singular, generoso, a la amistad.

A Chicho la nobleza le rezuma por los poros, de todas partes le llaman. Un duende travieso, tenaz, silencioso, habita tras los pinceles, y todas las mañanas se va con ellos a la Galería del Medio Milenio, su estudio en San Félix entre Enramadas y Aguilera, en el centro mismo de la ciudad. Solo una cosa, no os dejéis engañar: un caballero que mira a la vida desde los ojos del humor, es una cosa seria.

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