Lucía jamás pensó verse en un hospital con su hijo entre la vida y la muerte. Ella se había encargado de inculcarle valores y convicciones morales desde su niñez, y había hecho lo imposible por mantener la estabilidad y armonía en el hogar, a pesar de cualquier dificultad cotidiana.
Cuando le dijeron que la persona que más quería en el mundo había llegado a la institución hospitalaria en estado crítico a causa de una sobredosis de droga, simplemente no podría creerlo. Se reprochaba lo ocurrido, mientras vivía la peor espera de su vida. Las horas transcurrían lentas, matizadas por una incertidumbre desgarrante.
El consumo de drogas lo veía como algo distante e improbable en su círculo cercano. Conocía que ese era un tema recurrente a nivel global, pero no tenía demasiada información al respecto. Ignoraba, por ejemplo, que con la diversificación de las sustancias sicoactivas los efectos perjudiciales son mayores.
A su modo de ver, el fácil acceso era un asunto de películas o series de narcos, reservada únicamente para individuos provenientes de familias disfuncionales o bajos estratos sociales. Sin embargo, comprobó de la peor forma los efectos que esta práctica puede traer en diferentes ámbitos sociales.
El tiempo pasaba y las noticias no llegaban. Impaciente, comenzó a buscar en internet algunos de los daños que el consumo de drogas puede provocar en la salud humana. Ella no había notado nada que la alarmara. Aunque su hijo se mostraba un tanto irritable y distante, ese comportamiento lo asoció a la adolescencia.
Tras navegar en el universo digital constató las señales que no vio en su momento: con el tiempo, tales sustancias pueden alterar el funcionamiento normal del cerebro y traer consigo trastornos de salud mental como depresión, ansiedad o sicosis. ¿Hacía cuánto que su hijo las consumía? En ese momento no tenía forma de saberlo.
Siguió su búsqueda, en una especie de autoflagelación desgastante, y descubrió que el consumo prolongado puede traer consigo daños irreversibles en órganos vitales, como el hígado y los pulmones, y aumentar el riesgo de enfermedades infecciosas debido a prácticas inseguras llevadas a cabo por las personas con adicción.
¿De dónde sacaba su retoño el dinero para mantener el vicio? Era estudiante y no tenía ingresos. Ella le daba una suerte de mesada que, según sus cálculos, le alcanzaba apenas para un par de salidas con sus amigos. ¿Acaso él estaba utilizando los ahorros que ella celosamente almacenaba debajo del colchón?
No era la ocasión para pensar en eso. La vida de su bien más preciado estaba en juego y ella solo esperaba que la pesadilla más surrealista de su vida llegara pronto a su fin. No, no podía asumir que su niño, ese que amaba los perros, los videojuegos y el chocolate se encontrara en un abismo que muchas veces no ofrece salida.
Pensaba en todos los momentos vividos. En las alegrías y las tristezas, en las peripecias desde que nació para sacarlo adelante y en cómo sabía que todo iría bien con solo ver la sonrisa de su hijo cada mañana. Ella, que nunca fue religiosa, se veía ahora vulnerable, a la espera de un milagro que lo sacara de ese trance fatal.
De pronto salió el médico: su muchacho evolucionaba, en medio de la gravedad, y aunque su estado estaba lejos de ser favorable, se podían mantener las esperanzas…
Han transcurrido cinco años de ese suceso, y Gabriel, que es el nombre del hijo de Lucía, pudo salir ileso, luego de varios días hospitalizado.
La recuperación no fue tarea sencilla y demandó de mucha fuerza de voluntad de él y sus cercanos. Desde entonces, ha recibido ayuda sicológica y médica, lo cual, sumado al apoyo de su familia, le ha permitido llevar una vida normal, feliz y lejos de las drogas.
Es inaudito que existan seres humanos capaces de enriquecerse de manera ilícita a costa del bienestar de sus semejantes y, luego de las investigaciones pertinentes, se detuvo a quienes le suministraban la droga a este y otros tantos jóvenes, para someterlos al juicio legal.
Casos como el de este muchacho son más recurrentes de lo que muchos imaginan, por lo que el combate al consumo de sustancias sicoactivas debe ser visto como un asunto de interés social, algo que nos atañe a todos.