Una especie de leyenda urbana insiste en la mala suerte del Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez: el avión, el tornado y ahora el hotel Saratoga, afirman y no falta en el cortejo quien le agregue a las «marcas en su cinto» hasta el azote de un virus que se convirtió en pandemia —¡término que ya le presupone al SARS-CoV-2 un alcance planetario, más allá de nuestra cayería!— aunque él, conduciéndonos, haya podido conjurarlo como pocos colegas suyos en el mundo.
16 de febrero de 1956. Mima nunca olvidó su primera noche de luna de miel en el hotel Saratoga. Su primera noche fuera de su casa, en La Habana, recién casada. Y fue ese hotel, toda su vida, el referente de la felicidad que empezó a construir desde ese instante para toda su familia.
Elon Musk ha comprado Twitter por 44 mil millones de dólares. Se trata de una operación financiera en el ámbito de la industria tecnológica y solo hacen sombra la fusión de EMC Corp y Dell, y la absorción de Activisión/Blizzard/King por parte de la división de videojuegos de Microsoft (Xbox).
La marca Inivit se ha tejido durante años un prestigio a golpe de persistencia —¡qué falta nos hace por dondequiera!—, a tal extremo que solo con mencionarla los productores y los afanados en el timón de la ciencia y la técnica relacionada con la producción de alimentos se quitan el sombrero.
¿Por qué tantos colores si una conducta social responsable es suficiente? Bastara hacerse esta pregunta para comenzar una reflexión que hoy, tal vez, no encuentre la más lógica y predecible de sus respuestas. Y es que a veces, siendo tan marcadas las diferencias, algunos no logran percatarse de lo importante: la sensibilidad humana.
Pasado el tiempo, cuando ya no era aquel muchacho de bigote oscuro, como muestran las fotografías, a Ricardo Alarcón de Quesada le preguntaron: «Ricardito, ¿qué edad tú tenías cuando te nombramos embajador en la ONU?». Quien hacía la pregunta no era cualquier persona, sino Raúl Roa García, el ministro de Relaciones Exteriores y quien había propuesto la designación en 1965.
Un restaurante de la capital chilena está ganando notoriedad por una singular iniciativa puesta en práctica por su dueño. Consiste en hacer descuentos de hasta un 15 por ciento de lo consumido a los comensales que accedan a dejar sus teléfonos en custodia en la entrada del salón, «para evitar que miren todo el tiempo la pantallita táctil, y estimularlos a conversar y a concentrarse en la comida y en su compañía».
Más allá de ganar o perder, de la rivalidad entre aquellos que pretenden acceder a lo mismo, la competencia genera ánimos de superación, creatividad y voluntad… de lograr mayor calidad, de dar lo mejor, de luchar y no descansar hasta conseguir el objetivo.
Mi itinerario de compras era rápido y sin colas por el medio: comprar el pan, el café y los huevos. La Teté, mi tía de 96 años, estaba bastante «clarita» este jueves como para permitirme dejarla sola por unos 15 o 20 minutos. Me fui tranquila, aunque siempre preocupada, pero no imaginaba el problema que se me vino encima cuando la llave no completaba la vuelta del «ábrete sésamo», y Teté se asustó como era de esperar, golpeaba la puerta y manipulaba inútilmente la cerradura…
Conozco una persona a la que en su ausencia le forzaron la puerta de su casa, parece que le estaban cazando la pelea, y una mujer con su hija se instaló sin el menor temor a que le pasara nada, nadita, por esa acción punible.