Mi itinerario de compras era rápido y sin colas por el medio: comprar el pan, el café y los huevos. La Teté, mi tía de 96 años, estaba bastante «clarita» este jueves como para permitirme dejarla sola por unos 15 o 20 minutos. Me fui tranquila, aunque siempre preocupada, pero no imaginaba el problema que se me vino encima cuando la llave no completaba la vuelta del «ábrete sésamo», y Teté se asustó como era de esperar, golpeaba la puerta y manipulaba inútilmente la cerradura…
En la angustia de no encontrar a nadie con las habilidades para auxiliarme, recordé a Evangelina Chio, una querida periodista ya fallecida, que un día me contó —desde un profundo agradecimiento— cómo podía ir tres veces a la semana a someterse a la hemodiálisis que requería su severo padecimiento renal, a pesar de necesitar silla de ruedas para moverse, su sobrepeso y vivir en altos: los bomberos del Vedado la recogían para llevarla al hospital y la traían de regreso a la casa.
Mis vecinitos Anthony y Samira se movilizaron. Llamaron al 105, los bomberos. Mi breve y sobresaltado relato del problema no necesitó de más.
—«Llame inmediatamente al 107, Salvamento y Rescate». Otra respuesta rápida: «¿Cuál es la dirección? Espérenos abajo para que nos conduzca… Debemos romper la puerta…».
No me habían preguntado nombre, ni teléfono para comprobar que no fuera una llamada falsa… Les respondí: «Un niño estará esperándolos».
Era mi pequeña red de seguridad solidaria a la que se unía Lourdes, una vecina que desde su balcón conversaba con Teté para que no entrara en pánico. Oí que alguien dijo, «Ojalá que no demoren mucho, porque una vez…». No era precisamente lo que yo quería escuchar mientras mi preocupación y miedo creía y Teteíta iba del balcón a la puerta de la casa y la golpeaba asustada.
No medí tiempo, pero creo que no habrían transcurrido más de diez minutos y Anthony me gritaba desde la calle «Ya llegaron». Eran tres, Yuniel, Yasel y Alexander. Como arma, una imponente «pata de cabra» con más de una punta para derribar o destrozar la puerta.
«Desde esta escalera (la que subimos y bajamos a diario desde nuestro hogar) se puede saltar a mi balcón». No hubo más palabras. Mientras uno de ellos intentaba abrir con la llave «A ver si tengo más suerte…», los otros dos daban el paso sobre el vacío y sorteaban mis matas, llenas de espinas en esa esquina, por razones obvias.
Teté había pasado el seguro a la cerradura desde adentro y era imposible que abriéramos la puerta desde afuera.
Se acabó el susto.
Un café recién colado, y mientras tanto, como algo natural, llegaba Fidel a la conversación.
Una foto para ese Facebook —que algunos tratan como cloaca donde vierten bajezas con las cuales intentan desacreditar a nuestros combatientes del Ministerio del Interior y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Un abrazo y una palabra sentida: gracias.
Cuando La Habana estaba a punto de cumplir 500 años, y 323 de la primera agrupación de Bomberos de Cuba, en la calle Zapata, entre 6 y 8, municipio de Plaza de la Revolución, abrió sus puertas una nueva instalación del Destacamento Nacional de Rescate y Salvamento. La prensa dijo que por estar en zona tan céntrica, facilitaría el desarrollo de la misión fundamental de sus integrantes: salvar vidas humanas y los bienes de la sociedad, porque reduciría el tiempo de respuesta operativa para enfrentar incendios, derrumbes, accidentes de tránsito, ciclones, inundaciones, entre otros sucesos de alta complejidad.
Y este jueves, la complejidad fue el rescate de Teté, que ya no recuerda nada de lo sucedido…
Una vez más ¡GRACIAS!