Caníbales de las soberanías, explícitamente en eso se han transformado los Estados Unidos y la OTAN con sus nuevas formas de intervención, de soliviantar con disensos, de utilizar tecnologías de comunicación para desmembrar pueblos y Estados.
Para quienes nacimos y crecimos en una sociedad que no es perfecta, pero que sí ha abogado por el respeto a los derechos de las mujeres, guiados por el sueño de la igualdad de géneros, a veces resulta difícil reconocer cuánto tenemos.
Llegamos a los jubilosos 50 años de vida. No creo que en el planeta haya otra organización que pueda celebrar un aniversario así. No creo tampoco que haya sido un camino de rosas. Más bien un trecho largo y difícil donde hemos hallado algún que otro escollo. Llegamos, con confianza en nosotros mismos y en la Revolución. Y cómo no iba a ser así si la UNEAC que hoy celebra sus bodas de oro con los artistas e intelectuales que la integran es un sitio privilegiado de este planeta donde prevalecen el egoísmo, la fragmentación y las guerras de rapiña.
Sospecho que, en nuestra hora actual, serán pocos quienes no aprecien al universo de lo subjetivo como el campo de batalla donde se den los cruciales desenlaces en pos del destino del país.
No importa si le cargamos al emperador romano Augusto, al rey español Carlos III o a Napoleón Bonaparte la frase que en distintas versiones ha perdurado hasta los días que corren de «vísteme despacio que tengo prisa». Más interesa su esencia y valor intrínseco porque va con lo que se ejecuta con impensada precipitación, improvisadamente, para procurar el ruidoso efecto inmediato antes que los resultados sólidos.
Más de año y medio ha transcurrido desde que los haitianos sintieron temblar la tierra y, tras un abrir y cerrar de ojos, los que pudieron salvarse vieron reinar a su alrededor la destrucción y la muerte. Pero, 19 meses después de aquella tragedia, otros temblores estremecen al país caribeño.
Durante casi toda mi vida he recorrido un camino en el cual no me extraviaría ni siquiera con los ojos cerrados. Es la ruta que siempre me ha llevado de la casa de mi abuela a la mía, y al revés.
No habría que hacer ningún esfuerzo imaginativo para saber qué es lo que estuviera diciendo toda la gran prensa occidental, si los sucesos que han estado ocurriendo en Chile, España, Inglaterra, Grecia, Italia, Francia, etc., hubiesen estado ocurriendo en la República de Cuba. No hay que ser pitonisa, ni espiritista, ni astrólogo, para imaginarse qué estuvieran declarando muchos de los Gobiernos de esos mismos países si ese hubiese sido el caso. Ya todos sabemos lo declarado a través de los años, sin que ninguno de esos hechos, ni nada parecido, haya ocurrido en la Isla. En Cuba, la gente sale, por cientos de miles, a las calles, pero a apoyar al Gobierno revolucionario, cada vez que este los convoca a cualquier acto público. Si algo medio parecido hubiera sucedido en Cuba, imagínense ustedes, por un momento, a los estiraditos del Parlamento Europeo rasgándose las vestiduras y lanzando acusaciones a diestra y siniestra contra el Gobierno cubano, acusándolo de cuantas cosas diabólicas les pudieran pasar por la mente para estigmatizar al sistema imperante en Cuba; los primeros ministros de esos países gritando y exigiendo que se respeten los derechos humanos de los cubanos; los titulares del periódico El País, de España, o de cualquiera de los grandes medios europeos, serían a página completa. No, no hay que ser tan imaginativo para pensar qué sería lo que todos estos fariseos estarían diciendo, si una situación como esta hubiera ocurrido en cualquier ciudad de Cuba. Son hipócritas que, cuando conviene a sus intereses, ven la paja en el ojo ajeno y se hacen de la vista gorda cuando tienen en el de ellos el tronco de un algarrobo.
Desafiando esos impresionables susurros que, a fuerza de tanto repetirse, nos acompañan de una época a otra, en el vetusto cementerio de Reina, en Cienfuegos, reposa a cielo abierto la estatua de una mujer recostada y adormecida, cuyas historias, aderezadas con cierta gracia pública, merodean entre las expresiones más preclaras de todo lo que conforma el imaginario popular de esta ciudad.
No me explico por qué los estudiosos no han investigado sobre el tema. Algo que forma parte del día a día y que está presente en cualquier lado merece una profunda pesquisa. Quizá en algún censo poblacional salga a relucir de una vez y por todas que, como promedio, por cada tres ciudadanos hay un chismoso.