Hace pocos días, cerca de la estación meteorológica de Pico San Juan, el punto más alto de las montañas del Escambray, a 1 140 metros sobre el nivel del mar, quedó erigido un busto a la memoria del científico, geógrafo, espeleólogo y arqueólogo cubano Antonio Núñez Jiménez.
Alumnos vinculados en aquella época a la Vocacional de Holguín todavía recordamos con amargura la tragedia de ese domingo, hace más de 20 años: un camión particular que transportaba estudiantes hacia la escuela intervino en un accidente de tránsito y de esa manera se perdieron de golpe 15 vidas en flor.
Tuve una sagaz compañera de aula universitaria que solía decir, cuando nos enfrascábamos en las fructíferas discusiones estudiantiles de los tiempos que nos tocó, que más pronto se desintegra un átomo que un prejuicio. Y aunque aquella formulación a todas luces sonara absurda, o cuando menos exagerada, servía sin embargo para subrayar cuán difícil puede llegar a ser arrancar del pensamiento ideas infundadas y, por consiguiente, también modificar mentalidades anquilosadas, herméticas ante los cambios que impone la vida, la sociedad.
El alma se les enfría a estos pescadores cuando les falta el hielo, aunque parezca un absurdo. Y quien escucha sus historias no puede menos que pensar que el congelamiento llega más lejos. Allí donde deberían estar picando, ahora mismo, los mejores propósitos de la actualización económica nacional.
Este mundo nuestro, con su complejidad abrumadora, no está dibujado en blanco y negro sino preñado de matices hasta el infinito, entre otras razones, porque lleva dentro de sí a una criatura complejísima llamada ser humano. Recuerdo esa consabida verdad antes de proponer dos monólogos interiores que, como dos caras de una moneda, pueden ser pretexto para una reflexión imprescindible en la Cuba de hoy.
MANHATTAN, Nueva York.— Por muchos tesoros que muestren los cosmopolitas museos de esta ciudad, el invitado siente que no ha sido completo su viaje si no ha pasado por el National Museum of the American Indian (Museo Nacional del Indio Americano), a unas cuadras del mítico Wall Street, con su emblemático toro de la Bolsa donde tantos se retratan. El contraste, a propósito, no puede ser mayor: la selva de las finanzas contra la autenticidad y sencillez del rostro esencial de la nación: el fundador, ese indio expoliado y maltratado a quien no se redime eximiéndolo de pagar impuestos, como se hace aquí con los pertenecientes a esa etnia autóctona.
Recostada a la tumba de su padre, losa recién cubierta con una guitarra de pétalos, Hilda Moré se atrevió a desgranar por primera vez ante un auditorio lajero, las notas de una canción plegaria.
Ver unidas o reconciliadas a la madre y a la novia: pocas aspiraciones personales adquieren para los hombres sensibles la importancia de esta, mucho más para aquellos que desde la infancia, tras ese idilio precoz llamado a durar hasta que la vida los dejare, sufrieron la anunciación de que sus dos más grandes amores parecieran contrapuestos.
Mientras Libia es el centro de atención mediática y el planeta se asoma de lejos a los bombazos de la OTAN contra ese suelo, ciertos acontecimientos confirman la imposibilidad de variar la lógica imperial. A pesar de la crisis económica, de los compromisos con la más reciente aventura bélica y el apoyo decidido y nada desinteresado a los opositores libios, de las pugnas internas en vísperas de nuevas elecciones, incluso con tantos frentes vulnerables, la nación más «poderosa» del mundo saca tiempo para dejar claras sus prioridades.
Agosto gotea con hechos y signos que conmueven. Fue el 17 agosto de 1870 cuando recibió inhumano fusilamiento aquel tejedor de versos que, además, hacía llorar al piano; aquel poeta insigne que edificó nuestro Himno guerrero en medio de las llamas conspirativas.