Mientras Libia es el centro de atención mediática y el planeta se asoma de lejos a los bombazos de la OTAN contra ese suelo, ciertos acontecimientos confirman la imposibilidad de variar la lógica imperial. A pesar de la crisis económica, de los compromisos con la más reciente aventura bélica y el apoyo decidido y nada desinteresado a los opositores libios, de las pugnas internas en vísperas de nuevas elecciones, incluso con tantos frentes vulnerables, la nación más «poderosa» del mundo saca tiempo para dejar claras sus prioridades.
La recién concluida visita del vicepresidente estadounidense Joseph Biden por China, Mongolia y Japón reiteró la importancia geoestratégica que la Casa Blanca le confiere a la región. Y aunque ello no es noticia —a fin de cuentas ese detalle se anunció de antemano por el consejero de Seguridad Nacional del vicetitular, Anthony Blinden—, los nueve días de gira confirmaron ese discurso. El funcionario había dicho días antes de iniciar la gira que esta formaba parte de los esfuerzos de la administración Obama para, durante los últimos dos años, «renovar e intensificar» el papel de su país en Asia.
«Estados Unidos es una potencia en el Pacífico y seguirá siendo una potencia en el Pacífico. Esto no es para conquistar tierras o zonas. Somos la fuerza de estabilización en la cuenca del Pacífico, la zona más poblada del mundo», expresó Biden al cierre de su estancia en el Oriente, precisamente en Japón.
¿EE.UU. fuerza estabilizadora…? Es el punto en que, sin profundizar demasiado, uno se pregunta si el segundo al mando en Washington vive en el mismo mundo que el resto de los mortales. ¿Desde cuándo las bombas «estabilizan»? Acaso no son ellos los que promueven el caos e incluso lo fabrican?
Pero para expandir su presencia en la región todo vale, incluso ese discurso poco creíble y tal vez con cierto viso de desesperación. No olvidar que también se trataba de fortalecer vínculos económico-comerciales, especialmente con China, mayor acreedor estadounidense; porque a pesar de diferencias, reservas o velada estrategia de contención contra el gigante asiático, no es negocio quedar fuera del pastel.
Lael Brainard, subsecretario del Tesoro para asuntos internacionales, apuntó, como para que no quedaran dudas, que el viaje era una oportunidad para que el Vicepresidente impulsara «los intereses económicos estadounidenses en la dinámica región de Asia».
Por otra parte, gran rimbombancia tuvo el tratamiento que funcionarios de la Casa Blanca dieron a su estancia en Mongolia, calificada de «histórica»; quizá fue un modo de remendar el hecho de que, desde 1944, según recordó EFE, un vicemandatario estadounidense no ponía un pie en esa nación asiática.
No podía faltar la declaración de principios para un socio como Japón, nación a la que el visitante calificó de «ancla» para garantizar la seguridad y la prosperidad en la región, y donde dijo que la alianza compartida «será incluso más importante que en el pasado». Y aunque las prioridades niponas no se concentran allende los mares, sino en la reconstrucción de las zonas devastadas por el terremoto y posterior tsunami y en poner fin a la crisis política y de todo tipo que vive la nación desde marzo último, tampoco se trata de desestimar el «compromiso» de Washington.
No ha sido casualidad que desde el término de la Segunda Guerra Mundial, Japón sea el territorio donde el Pentágono mantiene cerca de 48 000 soldados y sus bases militares. Por cierto, más de 20 000 de esos uniformados y unos 160 equipos de alta tecnología participaron en las labores de socorro en la zona siniestrada por el desastre.
La visita de Biden al este de Asia, la primera como vicepresidente, fue más de lo mismo. Sin embargo, no es posible abstenerse ante tamaño cinismo, mientras caen bombas made in USA en no pocos rincones de la geografía mundial.
Que el continente es una prioridad geoestratégica por sobradas razones, nadie lo duda. Pero de ahí a intentar hacer creer, tal y como expresaron públicamente, que los intereses estadounidenses «están unidos de manera inseparable a la seguridad económica y el orden político de Asia»…, definitivamente se abre un abismo. Si no, que le pregunten a iraquíes, afganos, paquistaníes, o mejor, a los libios…