Más de año y medio ha transcurrido desde que los haitianos sintieron temblar la tierra y, tras un abrir y cerrar de ojos, los que pudieron salvarse vieron reinar a su alrededor la destrucción y la muerte. Pero, 19 meses después de aquella tragedia, otros temblores estremecen al país caribeño.
En medio de un sinnúmero de conflictos sociales por resolver, la inestabilidad política hace tambalear la nueva presidencia de la nación caribeña. Luego de unas convulsas elecciones y con propósitos nobles para tratar de hacer avanzar en lo posible a la nación, asumió el poder hace tres meses Michel Martelly, un popular cantante devenido político, que llegó con dos grandes —y extremadamente difíciles— prioridades para su gestión: garantizar el acceso a la educación y dar soluciones habitacionales a las víctimas del terremoto. Complementariamente, aspira a consolidar la seguridad interna para atraer inversiones, generar empleo sostenible y desarrollar políticas de descentralización administrativa, según sus discursos de campaña.
Ciertamente, las aspiraciones son loables, pero difíciles de conseguir; sobre todo por la ancestral pobreza que Martelly hereda, sin apoyo financiero, e inmerso ahora en las contradicciones políticas que enfrenta.
En medio de tanto por hacer en esa nación y sin apenas experiencia como gobernante, Martelly se encuentra acorralado entre problemas políticos internos que generan un peligroso vacío de poder que le impide avanzar.
En dos intentos ha fracasado ya a la hora de formar su propio Gobierno y nombrar su primer ministro. El Parlamento —dominado por el ahora opositor Partido Inité, del anterior presidente, René Preval— se niega a aceptar las propuestas a vicepremier presentadas por el mandatario.
En junio pasado, los congresistas rechazaron la candidatura del empresario Daniel Rouzier y tampoco aceptaron la del jurista Bernard Gousse. Una nueva proposición les traerá la semana entrante Martelly a los legisladores, según anunció hace dos días. No obstante, declinó dar a conocer la identidad del candidato por temor a nuevos incidentes con el Congreso.
La controversia parlamentaria es amparada por la Constitución haitiana de 1987, la cual establece que si el gobernante no cuenta con mayoría en el legislativo —Respuesta Campesina, el partido de Martelly, posee solo tres diputados, de 99 posibles—, debe designar al primer ministro tras un consenso con los jefes de los dos hemiciclos.
Otro conflicto, no menos grave, obstaculiza la gestión del nuevo gobernante. Hace siete meses llegó súbitamente al país el ex dictador Jean-Claude Duvalier. Acusado de crímenes de lesa humanidad, el también llamado Baby Doc no enfrenta todavía ningún proceso judicial pese a unas 20 querellas presentadas en su contra.
Y es en medio de ese entramado donde comienzan a encenderse los ánimos de los miles de haitianos hundidos en la desesperanza y quienes malviven a merced de huracanes, inundaciones y epidemias.
En medio de su ennegrecido presente, ellos esperan esa ayuda que no llega y que se traduce en 9 000 millones de dólares prometidos por la comunidad internacional.
A inicios de julio, en una gira que emprendiera por Europa y que solo pudo incluir a España, por la agudización de la inestabilidad política en su país, Martelly afirmó que gran parte de los recursos provenientes de la ayuda extranjera han sido mal utilizados.
Según él, parte del poco dinero que arribó al país no se ha destinado hasta ahora a la ejecución de proyectos.
Habría que ver también si lo que desembolsaron resultaría suficiente para emprender al menos algunos programas que signifiquen mejoría, en una nación sometida a la explotación y luego olvidada por las potencias durante siglos.
Evidentemente, no son suficientes las buenas intenciones y la necesidad de levantar a esa desfavorecida parte de la isla La Española.