La crisis en España parece no tener fin. Están yendo, como dice el dicho, de Guatemala a Guatapeor. El país cuyo ejecutivo, tras el derrumbe de la Unión Soviética, intentaba darle clases de Economía al Gobierno revolucionario de Cuba para que este hiciera cambios estructurales hacia una economía de mercado, está, en este momento, pidiendo el agua por señas. Afortunadamente, los líderes cubanos no le hicieron el menor caso a los consejeros españoles, con lo cual evitaron que Cuba estuviera ahora en una caída vertical en vez de en la paulatina recuperación económica por la que está atravesando.
Este lunes parecía inaugurar una semana con buenos augurios, cuando los titulares de comienzo del día hablaban de estar «cerca de la solución» de la crisis administrativa presupuestaria del Gobierno de los Estados Unidos.
En caso de una guerra, quisiera compartir la trinchera con personas auténticas como José Antonio Fulgueiras, alias Machete; por la misma razón que evitaría a ciertos personajes que no me ofrecen confianza ni para morir juntos. Y cualquier cubano sabe qué se dirime, de la condición humana y de la hombradía, en una trinchera…
«El extraño puede escribir estos nombres sin temblar, o el pedante, o el ambicioso: el buen cubano, no». Así, de manera rotunda, comenzaba José Martí su artículo Céspedes y Agramonte, publicado el 10 de octubre de 1888 en El Avisador Cubano de Nueva York (hizo este jueves 125 años).
Mi madre aún conserva aquel periódico del 14 de octubre de 1976. Casi ilegible, por el paso de los años y los dobleces para poder guardarlo en la vieja caja de madera, el papel amarillo todavía enseña el titular: «Trasladan a Cuba los cadáveres rescatados».
Tres horas antes de oscurecer, a las cuatro de la tarde, el cielo perdió los brillos del verano y la noche cubrió la ciudad. Una ventisca se deslizó por las ventanas y varias puertas giraron de pronto. Se escucharon unos portazos y en el pasillo alguien gritó: «¡Hay que cerrar las ventanas, viene tremendo aguacero!».
Lo inverosímil para unos puede ser cotidiano para otros. Debí comprenderlo así al tropezar con algunas «escenas» en la céntrica Avenida Corrientes de la capital argentina.
Un lector me ha sugerido que intente abundar sobre los rasgos de la vieja mentalidad. ¿Acaso cree que estoy exento de padecerla? Pero advirtiendo la cojera de mis actos y saberes, empiezo por recordar que si la sociedad cubana reclama que la vieja lave sus miradas en el cristal de la nueva, es porque entre una y otra se interpone una discordancia.
Si me pidieran que esbozara mi mayor preocupación en torno a la realidad cubana de hoy, ni corto ni perezoso apuntaría al inmovilismo en ciertos sectores, desencadenante, en buena medida, del repertorio de problemas y dolencias sociales que denunciara recientemente el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, General de Ejército Raúl Castro Ruz.
Una vez, hace tiempo, mi mamá me enseñó a planchar. La pieza escogida fue una camisa. Todavía recuerdo el orden en el que debía alisarla: primero el cuello: por dentro y por fuera; luego las mangas, correctamente dispuestas, posteriormente la espalda, y el resto después. Un pantalón es más complicado, sobre todo si lleva filos, y una blusa o un vestido exigen cuidados en dependencia del tipo de tela, modelo y adornos.