Estaba participando en Costa Rica en un seminario de Educación Política, en noviembre de 1963, cuando nos llegó la noticia del asesinato en Dallas del presidente norteamericano John F. Kennedy.
Creo que todavía siento el impacto que me dio escucharla. Aunque la única vez que he sido fanático de algo o de alguien fue con el equipo Almendares, en la antigua liga de béisbol cubano, simpatizaba con aquel joven Presidente que había llegado a la Casa Blanca con ideas bastante frescas, hablando de desegregación racial, de reforma al sistema de salud y de la creación de diferentes programas sociales.
Es verdad que aquel Presidente aprobó el desembarco de Playa Girón y la Operación Mangosta, pero la realidad es que Kennedy, en aquel momento, estaba heredando la política agresiva de Dwight D. Eisenhower, de la cual le era muy difícil escapar aunque estoy convencido de que, si hubiera permanecido por ocho años en la presidencia, a la larga la iba a cambiar. John F. Kennedy demostró que le interesaba dialogar, que le interesaba resolver los problemas a través de la conversación civilizada y no por medio de la fuerza. Así, creo que más temprano que tarde iba a buscar el camino de sentarse con el liderazgo revolucionario.
Desafortunadamente, había muchos intereses que no lo querían en la Casa Blanca, precisamente por esas características dialogantes que poseía. Ni la CIA, ni los militares, ni la mafia, ni la extrema derecha de este país lo soportaban, así que no es muy difícil concluir que algunos de ellos o todos juntos conspiraron y llevaron a cabo el asesinato.
Es todo un misterio lo que ha rodeado ese atentado. La famosa Comisión Warren, la primera que oficialmente investigó el crimen, concluyó que fue Lee Harvey Oswald, en solitario, el que disparó contra el Presidente. Pero esa aseveración ni se acerca a la verdad ya que, aunque no se quieran admitir las teorías de la conspiración, es casi imposible creer que ese hombre haya sido el único que apretó un gatillo aquella tarde de noviembre de 1963.
Nada más hay que ver el hecho de que Oswald haya sido asesinado públicamente, en plena estación de policía, por un reconocido gángster local. Este hecho deja muchísimo que pensar, más aún cuando al gángster lo quisieron pintar, en su momento, como un fanático enamorado de la personalidad del joven Presidente.
Hay demasiados espacios oscuros en las diferentes investigaciones que se han llevado a cabo a través de los años. También se han producido muchas muertes misteriosas de personas que, de una u otra forma, estaban ligadas con los sucesos. El cadáver de Johnny Roselli, un jefe mafioso, apareció en un tanque de petróleo días después de haber testificado ante un comité del Senado federal que investigaba el asesinato, y a Salvatore Giancana —el Al Capone moderno de Chicago— le metieron seis balas en la cabeza, en su propia casa, días antes de ir a testificar al mismo comité.
Kennedy fue el cuarto presidente norteamericano asesinado mientras ejercía su cargo. Le antecedieron Abraham Lincoln en 1865, asesinado por John Wilkes Booth; James A. Garfield en 1881, cuyo asesino fue Charles J. Guiteau; y William McKinley en 1901, que fue ultimado por León Czolgosz. En esos tres casos se conoce el nombre del criminal, y aunque se quiera aceptar —como oficialmente se acepta que fue Oswald el asesino de Kennedy—, habría que buscar el nombre o los nombres de las otras personas que también participaron.
Según Gary Hart, un ex candidato a la presidencia de EE.UU. y senador federal por varios años, no se ha llevado a cabo una investigación a fondo del asesinato de Kennedy. A mediados de los años 70 del pasado siglo, Gary Hart era miembro del comité selecto sobre las agencias de inteligencia del Senado federal que investigaba el asesinato de Dallas. De acuerdo con el senador, cuando estaba aspirando a la Presidencia recibió numerosas amenazas de muerte por haber declarado que, si ganaba, iba a reabrir las investigaciones. Gary Hart afirma que quien investigue a fondo ese crimen, a la larga está arriesgando su vida, ya que los que asesinaron a Roselli y Giancana están libres en la calle.
Lo cierto es que el pasado viernes se cumplieron 50 años de la muerte del presidente Kennedy y aún en esta fecha, la noche está tan oscura como el primer día. ¿Tendrán que pasar 50 años más, cuando ya no haya ni rastro de ninguno de los sobrevivientes, para despejar el misterio que rodea este famoso asesinato? Esperemos que no.
*Periodista cubano radicado en Miami