La Patria no es la Isla. Esta existía mucho antes de la llegada de los conquistadores europeos. Aquella, en tiempo histórico, es tiernamente joven todavía. Si la historia conocida de la Isla comenzó a escribirse hace 500 años, la historia de la Patria tiene apenas dos siglos. La Patria habita en la Isla y la desborda cuando se aloja en la mente y en el corazón de los patriotas. Ella vivió en el México infinito con Heredia y en los duros inviernos neoyorquinos con su Apóstol Martí; desanduvo y fecundó las selvas costarricenses con el Titán Maceo y los campos dominicanos con el Generalísimo.
Hay brechas que no pueden dejarse ensanchar. Filtros peligrosos por donde se cuelan la deshonestidad, la falta de ética, la indolencia o el poco sentido de compromiso ante el trabajo.
CARACAS.— De nuevo la pataleta y el desacuerdo. Esa ha sido la «respuesta» de la recalcitrante derecha venezolana ante la soberana decisión anunciada el lunes por el presidente Nicolás Maduro de expulsar del territorio nacional a tres diplomáticos estadounidenses, vinculados a planes desestabilizadores en este país.
Tiene ante sí la cultura cubana hoy deberes enormes e ineludibles, recoge como nota capsular el llamamiento al VIII Congreso de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac), suceso que ha abierto un nuevo curso para pensar y repensar el arte y la vida nacional en sus múltiples aristas, variantes y expresiones; para desencartonar el razonamiento y la crítica fundadora y refundadora, especialmente desde los nuevos contextos de realización y apropiación que signan la creación contemporánea.
Cuba tiene grandes fines por hacer, pero será difícil alcanzarlos si olvidamos las cosas «pequeñas» de la vida. Lo interpreto de una frase de Raúl, pronunciada entre las serias disyuntivas ventiladas en la última sesión del Consejo de Ministros.
No es para asumirlo formalmente, con el aburrimiento de lo preconcebido. El Anteproyecto de Código del Trabajo que se somete hoy a consulta con todos los trabajadores para enriquecerlo con la sabiduría popular, es algo muy serio, que decidirá los principios, el carácter y los alcances de las relaciones laborales en la Cuba del siglo XXI.
Lardo Ruiz Zerquera no se ha quitado el sombrero desde cuando lo pidió prestado para salir en la foto que retendrá, entre papeles pasados de época, su primer día de trabajo como aprendiz en el taller de maquinaria agrícola del central Trinidad. Si no me lo pongo, no pareceré un trabajador, dijo, y sonrió cerca de la rueda metálica de un tractor. Tenía unos diez años.
Nunca había visto una bruja de cerca hasta ese día milagroso. Llevaba un sombrero negro, la nariz pintada y la picardía en cada gesto.
Lo más difícil del cambio resulta, precisamente, cambiar. Sin embargo, ello es posible.
¿Quién los autoriza? ¿Quién aparenta ceguera ante su existencia? ¿Quién pretende fingir que no están? ¿Quién está facultado para erradicarlos y no lo hace? ¿Cómo se abastecen en una cadena de suministros aparentemente restringida y controlada? ¡Cuántas preguntas!