Sufro una enfermedad incurable, el despiste. No soy una mata, como algunos piensan, sino todo un bosque. Soy capaz de confundir a un coterráneo con un extranjero y a un artista con el guardaparques. ¿Será el Alzhéimer o una condición genética que profesión como esta agudiza al convertirme en persona pública?
El espíritu de rebeldía del pueblo cubano es una suerte de salvoconducto que le franqueó las puertas de la historia. Tuvo su premiere en tiempos de la conquista, cuando nuestros aborígenes erigieron un muro de contención a los intentos colonialistas de someterlos con la espada y con la cruz.
Estados Unidos quiere tranquilizar a Arabia Saudita, uno de sus aliados en su política para el Medio Oriente. No es la primera vez que esa relación tiene sus baches, pero este no es momento para atizar diferencias conciliables.
Hace unos días, dos de los tres chiflados que residen en Miami y que representan al sur de la Florida en el Congreso federal en Washington, estaban compareciendo en un programa radial que dirige la hija de un comandante de la policía batistiana.
CARACAS.— Qué impredecible es esta vida. Qué trampas nos lanza, a veces solo para enseñarnos que somos súbditos de las circunstancias y que cualquier previsión puede tornarse vapor o humareda.
Han pasado varios días, y todavía se siente la misma incomodidad que cuando la traductora de la ONU repitió las frases, no por rebuscadas menos procaces, del representante de Estados Unidos ante la Asamblea General, momentos después de que el plenario volviera a asestarle un duro golpe a la política norteamericana de asfixia contra Cuba.
No son pocos quienes creemos que el deporte, como todo en la vida —incluso el amor con sus concilios, acuerdos y negociaciones— también tiene algo de política. Pasión además, desenfreno, locura… Ganar es una victoria que evidencia nuestras fortalezas. Perder, a veces, es mucho más que eso. Pasa en el orbe todo. No se trata solo de entretener.
Han pasado cuatro años desde aquel día. Él no la pudo abrazar, no se pudo despedir. Ella partió sin verlo, sin poderlo tocar por última vez, sin la paz de saberlo en casa. Fueron días difíciles para Gerardo Hernández Nordelo. De Cuba le llegaban las malas noticias del deterioro constante de su «viejuca linda» y él, tras las rejas, tan lejos de su lecho, sin poder hacer nada, sin poderla besar.
Tal vez sí. O quizá no. ¿Quién sabe si sea cierto que su voz está apenas dormida en dos cilindros de cera, aguardando una fecha para sorprendernos con frase desconocida?
Caracas.— Fue en el extenso viaje de retorno desde Delta Amacuro, en el extremo nororiental de Venezuela, cuando reparé en esos detalles que, aunque parezcan nimios, tienen sabores celestiales.