No son pocos quienes creemos que el deporte, como todo en la vida —incluso el amor con sus concilios, acuerdos y negociaciones— también tiene algo de política. Pasión además, desenfreno, locura… Ganar es una victoria que evidencia nuestras fortalezas. Perder, a veces, es mucho más que eso. Pasa en el orbe todo. No se trata solo de entretener.
Y en el deporte, como en cada esfera de la vida social de una nación, cada medida y cada transformación viene intrínsecamente atada al contexto mismo, a la actualidad imperante; al pasado, e invariablemente también al futuro. Resistirnos sería condenarnos.
Por suerte, en Cuba sabemos que el cambio es inherente al desarrollo humano, necesario, siempre que sea para bien. Nuestro sistema deportivo, avanza en pos de esa meta, desmenuzando las variables para tratar de encontrar la fórmula que mejor nos convenga. El ritmo y los resultados aún están por ver, pero ahí vamos.
Hace algunas semanas se hizo oficial. El diario Granma daba la exclusiva: «El Consejo de Ministros, en su reunión del pasado sábado, aprobó la política de remuneración para atletas, entrenadores y especialistas del deporte, con cuya implementación en los próximos meses se dan nuevos pasos para concretar los acuerdos del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba».
En esos «Pormenores de una justa decisión» sobresalió, a mi entender, una idea que explica la medida adoptada. Y es que hasta ahora: «(…) los deportistas de las preselecciones nacionales (…), al ausentarse parte del año por las exigencias del alto rendimiento, afectan la eficiencia de los centros laborales donde perciben su salario y, por ende, ocupan plazas de poca remuneración».
Y de ahí surgió el concepto, o más bien, el replanteamiento del concepto: atleta de alto rendimiento, donde se destaca que este «se dedica a tiempo completo a la práctica de una modalidad deportiva con espíritu de consagración, entrega y sentido de pertenencia. Sus ingresos dependen de los resultados alcanzados en el deporte que practica».
Como es sabido, hasta hoy nuestros atletas cobran por un ejercicio que no realizan todo el tiempo. Están emplantillados como torneros, electricistas, técnicos…, y por razones obvias no siempre asisten a sus centros laborales. Lógico, una medalla olímpica requiere más del ciento por ciento de dedicación. ¡Son deportistas, y punto!
Y como se comprende de la decisión gubernamental, nuestros atletas merecen y necesitan mucha más atención: además del reconocimiento y amor de su público, un pago adecuado por sus logros y sacrificio.
Hoy Cuba, desde arriba hasta abajo, está buscando ponerse en sintonía con ese concepto, que resulta clave en la distribución socialista.
Con independencia de las posiciones que adopten unos y otros en relación con si nuestros deportistas son atletas de alto rendimiento o «profesionales» —como los consideran algunos— lo que importa es nuestra filosofía, esa ideología revolucionaria y justa que por más de medio siglo hemos enarbolado: nunca mercantilizar al hombre, darle lo que se merece, sí, pero educarlo en la base de nuestros principios.
Y aunque para unos, en el deporte está primero el interés monetario; para otros la práctica deportiva significa una quimera invaluable, una bandera de ideales y fe.
Nuestros muchachos y muchachas no compiten por dinero, lo hacen por su Patria, su pueblo, sus ideales, en eso nos diferenciamos claramente del deporte rentado. Idear —como se está haciendo— la forma correcta de retribuir la entrega de esos campeones no nos lleva, de ninguna manera, por ese camino. Ser cada vez más profesionales no nos hace necesariamente artífices del profesionalismo, ni tenderos de esquina vendiendo al mejor postor.