El espíritu de rebeldía del pueblo cubano es una suerte de salvoconducto que le franqueó las puertas de la historia. Tuvo su premiere en tiempos de la conquista, cuando nuestros aborígenes erigieron un muro de contención a los intentos colonialistas de someterlos con la espada y con la cruz.
Algunos hechos dan fe de esta vocación criolla por defender su libertad, como aquel que encabezó en la región oriental el cacique Hatuey, venido desde Quisqueya, quien en 1511 pagó en la hoguera la osadía de enfrentarse a los españoles, a los que ya había combatido con fuerza en su país de origen.
Según el padre Bartolomé de las Casas, el dominicano mostró a nuestros indios una cesta llena de oro y les dijo: «Este es el dios que los hombres blancos adoran. Por esto luchan y matan. Por esto nos persiguen. Ellos roban nuestras pertenencias, seducen a nuestras mujeres, violan a nuestras hijas, usurpan nuestras tierras y nos hacen sus esclavos».
La rebeldía de aquel indio fue más allá de las palabras. Algunos de nuestros nativos se le unieron y con ellos formó un grupo cuya estrategia era la de atacar a la manera de las guerrillas, para después dispersarse entre las lomas y reorganizarse de nuevo para la próxima acción. Por cerca de tres meses hostigó a los españoles de tal manera que los obligó a mantenerse confinados dentro de sus fortalezas.
Solo una delación condujo a su captura. Momentos antes de ser quemado vivo, un sacerdote, mostrándole la cruz, le ofreció la salvación de su alma si, antes de morir, se convertía al cristianismo. «¿Hay gente como ustedes en el cielo?», preguntó Hatuey. «Hay muchos como nosotros en el cielo», contestó el sacerdote. Hatuey le respondió que él no deseaba saber nada de un dios capaz de permitir crueldades en su nombre.
Pero —¡ay!—, exiguo saldo pudieron conseguir en tan desigual enfrentamiento las flechas contra los arcabuces. Poco a poco se fue consumando el exterminio, hasta que la comunidad autóctona resultó aniquilada por los excesos, la mayoría en las tristemente célebres encomiendas, infiernos de trabajos forzados surgidos de la perversidad de los conquistadores.
Así fue que, perdida la mano de obra indígena en la Isla, España dirigió su codiciosa mirada hacia el continente africano. Hacia allá pusieron proa sus barcos negreros para regresar luego con sus bodegas repletas de nativos de piel oscura arrancados por la fuerza de su tierra natal.
Muchos de los cautivos no pudieron resistir los infernales rigores de la travesía marítima. Finalmente, los que lograron sobrevivir a las enfermedades, los maltratos y el hacinamiento, fueron obligados a trabajar aquí en condiciones de completa esclavitud sin el más mínimo escrúpulo.
La rebeldía no tardó en aparecer entre aquellos hombres que laboraban de sol a sol en cañaverales y cafetales, bajo el látigo del mayoral. Muchos escaparon hacia zonas montañosas. Por allá arriba, en cuevas y escondrijos, fundaron los palenques, especie de comunidades donde se sintieron en libertad y hasta se alzaron contra sus amos explotadores.
La revista Cuba Socialista reseña así uno de aquellos hechos:
«Algunos de los levantamientos estuvieron encabezados por mujeres. Carlota, una esclava de origen lucumí, se sublevó el 5 de noviembre de 1843 en el ingenio Triunvirato. Ella dirigió la rebelión que logró extenderse por la provincia de Matanzas a las dotaciones de los ingenios Ácana, Concepción, San Lorenzo y San Miguel y numerosos cafetales y fincas ganaderas. En el ingenio San Rafael, Carlota murió combatiendo en su intento por liberar a otros esclavos».
Han transcurrido varios siglos de aquellos acontecimientos fundacionales sobre los que se sustenta el espíritu de rebeldía de los cubanos. Por allá se afincan nuestras raíces y sobre ellas hemos crecido como nación. De esa fuente se nutre la solidaridad internacionalista concebida por Martí en una frase genial cuando dijo: «Patria es humanidad».
Como homenaje a esta mujer de sangre africana, la misión militar internacionalista de Cuba en la República Popular de Angola, que tan decisivo rol desempeñó en la defensa de esa nación contra sus enemigos, fue bautizada con el nombre de Operación Carlota. La negra esclava, luchadora por la libertad, representa también lo mejor de nosotros.