Han pasado cuatro años desde aquel día. Él no la pudo abrazar, no se pudo despedir. Ella partió sin verlo, sin poderlo tocar por última vez, sin la paz de saberlo en casa. Fueron días difíciles para Gerardo Hernández Nordelo. De Cuba le llegaban las malas noticias del deterioro constante de su «viejuca linda» y él, tras las rejas, tan lejos de su lecho, sin poder hacer nada, sin poderla besar.
El 2 de noviembre de 2009 a Carmen Nordelo, la mujer de la que Gerardo asegura heredó la nobleza, se le apagaron los últimos destellos de vida. No pudo más. A cientos de kilómetros de distancia, su hijo no se derrumbó. Su niño se mantuvo firme, como ella quería, y vivió otro día más de encierro como si su mundo no se hubiera estremecido. Muchos hubieran disfrutado el más mínimo atisbo de flaqueza, pero él no les dio el gusto. Parte de la mística que acompaña a los cinco antiterroristas cubanos encarcelados en EE.UU. en septiembre de 1998 incluye, sin que se hubieran puesto de acuerdo para ello, un pacto: ante el enemigo no se llora.
En 15 años de injusto encierro quizá han sobrado los momentos en que los Cinco han necesitado estallar, pero no. Gerardo no lo hizo ese día. Pidió expresamente que tan mala noticia no le llegara por las vías oficiales y que solo la voz de su esposa lo pusiera sobre aviso. Carmen había vivido dedicada a la familia, desde el inicio encabezó, como cada una de las madres, la lucha por el fin de la injusticia, por el regreso de los muchachos a casa. En los últimos años, aunque había perdido sus recuerdos, Gerardo era su asidero sempiterno, quizá el único hilo que la conectaba con la realidad. Solo su voz desde la prisión de máxima seguridad, donde está condenado a morir, la hacía reaccionar; tan solo escuchar su nombre le apretaba el pecho y, sin ninguna otra señal, ni una palabra siquiera, dejaba escapar esas lágrimas, muestra inequívoca del dolor con el que la obligaron a partir, un dolor que solo las madres conocen.
A Carmen no le dio tiempo a esperar, pero Gerardo estuvo multiplicado en la familia, en los amigos, en todos aquellos que mostraron su solidaridad, en la valentía y dignidad demostrada por los Cinco cada segundo de estos 15 años de injusto encierro.
Carmen Nordelo le dio a Cuba un hijo, Cuba le abrió los brazos, él se entregó sin reservas por el bien de todos.
Las cintas que hace cuatro años acompañaban las flores que Gerardo quiso para su mamá llevaban una inscripción: «A Mamucha, de su nene».
Y «su nene» estuvo ahí comportándose con esa altura que tanto destaca su amigo René González. Hoy hará lo mismo que entonces, aunque extrañe con todas sus fuerzas, aunque quisiera ser él quien coloque las flores, aunque uno puede adivinar que adoraría abrazar a Adriana, refugiarse en ella como siempre… El hijo de Carmen Nordelo tampoco tendrá hoy la oportunidad de vivir un día de recordación para su madre en el suelo que tanto defienden los dos.
Sin embargo, Gerardo sabe que a su Mamucha no le faltarán nunca las flores, que no hay un segundo de descanso para que sea él quien, al pie de la tumba, susurre esa frase que Carmen se quedó con ganas de escuchar: «Viejuca linda, ya estoy aquí».