Con motivo del aniversario del ICAP, la Mesa Redonda dedicó una tarde al tema de la solidaridad. Los participantes coincidieron en señalar que el asunto merece un recuento más detenido.
Ustedes podrán pensar que es una exageración, una locura, una «guajirada», o lo que sea que les pase por la cabeza (de adivina no tengo mucho), pero lo que les voy a contar es lo que realmente ocurre a las doce de la noche de cada 31 de diciembre en El Gabriel, remoto pueblo anclado en la geografía de otro remoto paraje como Güira de Melena, mi tierra de fango rojo.
El almanaque se encuentra por estas horas en trances de alumbramiento. El parto —indefectiblemente— ocurrirá a la medianoche de hoy. Su expectante «parentela» cubana anda como en ascuas, en espera del cíclico acontecimiento. Y se pregunta: «¿Cómo será el recién nacido? ¿Nos traerá buena fortuna?».
Hace unos días comencé a desempolvar minuciosamente papeles, libretas y notas de aquellos años cuando comenzaba a aprender las primeras letras y números. Cada uno me traía un recuerdo diferente, en especial de esos seres que a la distancia de los años se me antojan como ángeles guardianes, y cuya nobleza, profundo amor y saber contribuyeron a levantarme en la vida.
Así se titula un poemario de Fina García Marruz. Allí, en la calle Águila, casa de las Marruz, se produjo el encuentro o, mejor todavía, la convergencia de la amistad, las ideas y los sueños de un grupo de escritores que dejó una impronta singular en nuestra historia literaria. Asociados más tarde a la revista Orígenes, su itinerario diseñó una geografía personal de la capital y sus alrededores. Se extendieron a Bauta y encontraron su espacio en Arroyo Naranjo, el hogar de Eliseo Diego, donde iban creciendo los niños con vocación de artistas.
A través de un amigo común —los amigos comunes son algo así como afectos de doble tracción— Luis Sexto me premia a distancia con un libro autografiado. Sexto y yo fuéramos colegas, de no ser porque trabajamos en distintas dimensiones: él se mueve en letras de grandezas, yo apenas comienzo un abecedario desconocido. Mientras yo avance él ascenderá, así que estamos condenados al descompañerismo.
De pronto, como si solo eso fuera posible en este momento de nuestras vidas, llovieron los anuncios de maternidad y paternidad. Así, oficialmente, quedamos empatados cinco a cinco en nuestro joven equipo con «las paridas» o «por parir», transformando las dinámicas laborales del resto.
Unos cuantos miles invertidos en aparentar y ya el nuevo negocio está listo. Los carteles atraen desde varias cuadras antes, el inmueble se viste de un lujo seductor, los utensilios parecen de primera clase y hasta la típica muchacha «de salir» anda «posada» por la estancia. Todo simula el perfecto edén. Pero, ¿siempre lo es?
Acabo de concluir la jornada de homenaje a los educadores. A punto de cerrar con broche de oro el tema, acudió a mi memoria una recomendación que le escuché a un profesor durante una conferencia, allá por mi época de estudiante en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba: «El periodista —dijo con acento enfático— debe saber algo de todo y todo de algo».
Que 111 excursionistas, la inmensa mayoría jóvenes, hayan pasado dos días con sus noches en la Sierra del Rosario, recorriendo 25 kilómetros de monte, acampando a la intemperie, compartiendo equitativamente cada alimento y esfuerzo, y conquistando el sueño de ascender la mayor elevación del occidente del país, es una muestra de las extraordinarias cualidades humanas de que es portadora la juventud cubana actual.