Así se titula un poemario de Fina García Marruz. Allí, en la calle Águila, casa de las Marruz, se produjo el encuentro o, mejor todavía, la convergencia de la amistad, las ideas y los sueños de un grupo de escritores que dejó una impronta singular en nuestra historia literaria. Asociados más tarde a la revista Orígenes, su itinerario diseñó una geografía personal de la capital y sus alrededores. Se extendieron a Bauta y encontraron su espacio en Arroyo Naranjo, el hogar de Eliseo Diego, donde iban creciendo los niños con vocación de artistas.
Años atrás, para viboreños, marianenses y aun para los habitantes del cercano Vedado, «ir a La Habana» significaba emprender la excursión hacia el centro, corazón y símbolo de la ciudad. Algunos iban de compras, otros se limitaban a pasear contemplando las vidrieras para copiar un modelito en un retazo de tela. Fue zona de cines, desde el América, el más moderno, antes del surgimiento de la zona de La Rampa, hasta los baratísimos Majestic y Verdun, en pleno barrio de Colón, célebre por razones menos santas. El Rex y el Duplex completaban el panorama.
La persistencia tozuda de la memoria ha sido característica peculiar de los habaneros de viejo y nuevo culto. Durante la República neocolonial se cambiaron los nombres de muchas calles, estampados de manera visible en las placas situadas en cada esquina. Han pasado generaciones y la ciudad ha crecido con inmigrantes llegados del resto de la Isla. Alfabetizados todos, nos desentendemos de que Galeano se llame Avenida de Italia, Belascoaín evoque al padre Varela y Neptuno rinda homenaje al poeta Juan Clemente Zenea. Los nombres de algunas calles parecen responder a los códigos morales de una sociedad laica: Virtudes, Amistad, Industria, Lealtad, Perseverancia.
Centro Habana es el municipio más densamente poblado del país. Contiene un fondo edificado de gran riqueza con su conjunto de arquitectura ecléctica. Mantiene el trazado de las antiguas calzadas. Pese a los daños sufridos, Reina conserva huellas palpables de un esplendor acentuado por la perspectiva que conduce a través de la actual Salvador Allende hasta el Castillo del Príncipe, fuerte militar donde tanto padecieron los revolucionarios antimachadistas y antibatistianos. Andando por ese camino, encontramos el hospital Freyre de Andrade, antes Emergencias, donde falleció Rafael Trejo y curó sus heridas Pablo de la Torriente Brau en la jornada del 30 de septiembre, y el Instituto de Literatura y Lingüística, remodelado en los años 50 del pasado siglo, custodio de los Fondos de la Sociedad Económica de Amigos del País. Asimismo, de Centro Habana ha emanado una significativa cultura de raíz popular con marcada presencia en la música y en las otrora célebres comparsas del carnaval capitalino.
Hoy en día, el municipio muestra las marcas del tiempo, de la falta de mantenimiento y de la acumulación de habitantes sobre una infraestructura deficitaria. La toma de decisiones ante una realidad ineludible requiere un cuidadoso análisis con participación multidisciplinaria de arquitectos, urbanistas, sociólogos, economistas y especialistas en temas culturales. El fondo edificado reclama decisiones, pero todas ellas exigen tener en cuenta el delicadísimo y preciado tejido social. Hay soluciones pragmáticas, aparentemente modernas, pero que ya han demostrado sus efectos nocivos en otras partes del mundo. Consisten en el derrumbe, la apertura de anchas avenidas para asegurar un tránsito veloz y la construcción de una ciudad sin estilo, sin alma, sin historia, que condenará a la marginación a buena parte de los actuales habitantes. Otras propuestas apuntan hacia formas inteligentes de intervención mediante la creación de respiraderos verdes, la reanimación cultural y, sobre todo, la presencia popular activa y participante, clave indispensable para afrontar con sentido revolucionario de presente y futuro los problemas materiales más acuciantes, así como las manifestaciones irresponsables de depredación y violencia.
Mientras el ser humano preserve el sentido de dignidad que le es propio, subsistirán espíritus generosos dispuestos a colaborar con una obra grande en la que están en juego cultura y nación. Aunque adormecidas, las conciencias se animan cuando se sabe tocar la cuerda adecuada. Las experiencias de estudiantes universitarios orientadas por la arquitecta Gina Rey evidencian las potencialidades latentes en la base popular, allí donde hombres y mujeres pueden convertirse en sujetos activos transformadores de su realidad. En el espacio barrial se expresa la identidad y el arraigo, afincados en una memoria reavivada.
Como Buenos Aires, La Habana es una ciudad mítica. La voz de Gardel nos acercó al Río de la Plata. Poco importa que los jóvenes, acostumbrados a otros ritmos, no lo recuerden. De manera cíclica, rejuvenecido por compositores e intérpretes, el tango vuelve a estar de moda. Nuestra capital se asoció alguna vez al género musical de la habanera. Luego, se produjo el éxito internacional del son. Hay una extensa cancionística que evoca nuestras calles. Por ahí anda quien pregona su mercancía cantando El manisero. Ha estado en el verso de nuestros poetas y en buena parte de nuestra mejor tradición narrativa, desde Cecilia Valdés hasta el Paradiso de Lezama y en una parte considerable de la obra de Carpentier. El Malecón es un imán en las noches de brisa ligera y en los días invernales luminosos, cuando el oleaje rompe la barrera de los arrecifes para diversión de los más jóvenes.
La Habana del centro es eslabón inseparable de uno de nuestros mayores tesoros. Juntando hombro con hombro se sacan las carretas del atascadero. La solución no habrá de encontrarse en el aislamiento de una mesa de diseño, aunque resulte indispensable la colaboración de los mejores arquitectos. Surgirá con la voluntad y las expectativas de quienes la habitan y la quieren.