Y la mina explotó. Ante el contacto con el carro de combate el mecanismo se activó: la ingeniería fue exacta, el destino cruel. Fallecía así el entonces Comandante Raúl Díaz-Argüelles. Era el 11 de diciembre de 1975.
Así como nuestro país actualiza con rigor los enormes perjuicios que sigue causando el criminal bloqueo impuesto por Estados Unidos, si alguna vez se pudieran contabilizar los daños derivados de las indolencias propias, estoy convencido de que arrojaría un alto coste.
Yanetsy está despedazada. Fue víctima de un hecho violento, a la vista de muchos y pocos lo advierten. Gritos que ridiculizaron y destruyeron sus creencias culturales. Expresiones negativas desvalorizaron su imagen. Golpes imaginarios que laceraron su psiquis y espíritu.
Las imágenes de aquel 7 de diciembre me llegan con una nitidez pasmosa, a pesar de que ya han pasado 26 años justos.
Ciudad portuaria y marinera, La Habana tuvo, desde fecha temprana, zonas con predominio de maleantes. Después de largas travesías, los hombres llegaban sedientos de sexo y alcohol. Para controlar la violencia, se contaba con los fortachones dispuestos a poner de patitas en la calle a los más agresivos. Con las prostitutas llegaron los proxenetas. El Capitán General Miguel Tacón, de tan mal recuerdo para los criollos deseosos de obtener mayores prerrogativas políticas, organizó una detallada retícula barrial para garantizar el orden público. Aparecieron en el panorama urbano los llamados curros del manglar. El estudio de este universo resultó para el penalista Fernando Ortiz el punto de partida para avanzar hacia el abordaje científico de la etnografía y la antropología.
La espera. La impaciencia. La gente se agolpa en torno a la banda negra que impide el paso. Los pocos asientos instalados en aquel lugar solo permiten que apenas unos cuantos alivien el cansancio de tanto tiempo de pie. Cada quien trata de hacerse un espacio y buscar una mejor ubicación para, desde la distancia, intentar adivinar al ser querido que está detrás de una puerta que se abre solo a ratos. Luego, después de más de un año de separación: el abrazo.
Otra vez, ante carreras y quietos en base, los días del Coloso del Cerro son agitados. Como en cada Serie Nacional, de Béisbol se llena el aire. Por el calor de miles el Latino no siente frío en diciembre, vuelve a respirar bullicio y proponer rositas de maíz; contempla manos que se alzan sobre la cabeza, símbolos deportivos en los rostros, trompetas, swings, pelotas cobardes o voladoras, pies apresurados que tocan home...
«¿La asignatura de Matemática pertenece al campo de las ciencias o al de las letras?», preguntó el presentador en el programa dominical, ese que se televisa antes del mediodía y tiene como protagonistas a dos equipos «tradicionales»: Elefantes y Hormigas. El niño, presa de las dudas, soltó un «Uhhh, ehhhhh… ¡al de las letras!».
Es el freno más sui géneris que se pasea por nuestras calles urbanas y hasta rurales sin causar asombro, porque se ha hecho costumbre la imagen de parar la bicicleta con la suela de los zapatos. Y, como muchísimos otros desaguisados, parece que llegó para quedarse.
Ellos, quizás, no lo sabían. Pero en su afán por romper olas y barreras, por ser libres o mártires, estaba la conquista de lo eterno, el placer inconmensurable de la verdad y la gracia, en un sitio donde los sueños acarician, enamoran, convidan…