Un reportaje de BBC Mundo habla sobre el reino de Tonga, ese archipiélago casi desconocido en el Pacífico, cuya población (de unos 100 000 habitantes) está entre las más obesas del mundo. Leyéndolo, alguien puede, sorprendentemente, encontrar pequeñas coincidencias con nuestra mestiza realidad.
Cuando hace más de 15 años una carta-saludo me hizo conocer a Arnaldo Tamayo Méndez, el primer cosmonauta cubano, no imaginé que hoy escribiría sobre el mismo motivo de aquel viaje a La Habana.
Mi amigo tiene un gorrión extraño, nostalgia, y me escribe al chat un mensajillo tan azul como él: «Salgo a la calle y no hablo. Me pasan por el lado, y sin embargo, me siento solo: no entiendo una palabra de lo que dicen». Extraña la comodidad de no tener que leer subtítulos en una película, de decir «añoro mi tierra» sin que el de al lado le pida que hable más despacio o traduzca la palabra tierra; extraña hablar sin hacer señas ni repetirlo todo y saber que su computadora pone «mañana», con eñe, sin tener que buscarla por todo el teclado como un bobo, y me confiesa que a veces, con la solemnidad con que se desgrana un rosario, habla con la almohada en español puro y duro de fonética hipercorrecta: todo por el miedo a olvidar su idioma. Después vuelve a empezar su jornada en lengua extraña, que aunque ya domina a la perfección, todavía le suena metálica y fría.
Samuel (Sam) Loewenberg es un distinguido periodista norteamericano experto en temas de salud mundial. Sus artículos y fotos pueden verse en ilustres espacios informativos como Time Newsweek, Fortune, Forbes, The Guardian, The Economist, The New York Times, The Washington Post y The Lancet.
La lupa agranda lo pequeño. El catalejo acorta las distancias. Literal o metafóricamente, hechos a la medida del ojo humano, ambos instrumentos sobreviven a la creciente irrupción de las nuevas tecnologías. La lupa nos permite hurgar en lo más íntimo y recóndito de nuestra realidad, en los detalles reveladores de la esencia de nuestros conflictos. El catalejo define, en el aquí y en el ahora, las coordenadas básicas del mundo en que vivimos.
En diversas esquinas y calles de La Habana, en parejas o en grupos, los turistas se hacen sentir como no lo hacían, al menos perceptivamente, tiempo atrás. Van distendidos, mujeres y hombres con prendas de vestir sencillas, las que nos llevan a pensar en días veraniegos, así los cubanos estemos sintiendo que llegó el invierno por cuenta de la primera racha de aire frío.
Cuando llegó a nuestra casa, cayendo la tarde un día de los años 70 del siglo XX, mis hermanos y yo creímos que era una aparición de las que nuestro abuelo solía hablar con recurrencia en los anocheceres.
Para algunos, cualquier momento es bueno para la música. Se saca un bafle, una bocina… y se forma. Hay toda una cultura (o una subcultura) al respecto y muchos se comportan cual si fuesen dueños del aire.
Es un tejido sentimental invisible el que teje la cabeza de familia. En torno a esta matriz simbólica van conformándose las relaciones de poder y benevolencia de ese contexto. Por su guía se rigen varias generaciones de parientes, sin que su influencia sea tan perceptible y evidente. Y pueden transcurrir años sin que cambie esta armonía diaria. Pero, ¿qué pasa cuando este ser todopoderoso ya no está para establecer un orden?
Su historia tiene de las privaciones de una cuna humilde, de la constancia del joven negro, sencillo albañil, quien aprendió en la misma vida que la lucha es el único camino de los pobres para conquistar sus derechos escamoteados; y de la sencillez de quien llegó a la cumbre sin olvidar sus orígenes.