Acabo de concluir la jornada de homenaje a los educadores. A punto de cerrar con broche de oro el tema, acudió a mi memoria una recomendación que le escuché a un profesor durante una conferencia, allá por mi época de estudiante en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba: «El periodista —dijo con acento enfático— debe saber algo de todo y todo de algo».
Que 111 excursionistas, la inmensa mayoría jóvenes, hayan pasado dos días con sus noches en la Sierra del Rosario, recorriendo 25 kilómetros de monte, acampando a la intemperie, compartiendo equitativamente cada alimento y esfuerzo, y conquistando el sueño de ascender la mayor elevación del occidente del país, es una muestra de las extraordinarias cualidades humanas de que es portadora la juventud cubana actual.
En una de sus novelas, el mexicano Carlos Fuentes describe la ciudad de Detroit como un cascarón deteriorado en lo físico, lo social y lo humano. Duró poco su esplendor, asociado al auge de la industria automovilística y emblema de modernidad durante los 20 años que separan las dos guerras mundiales. Mucho antes, José Martí evocaba en sus crónicas norteamericanas la instalación de la electricidad en las calles de Nueva York. La introducción de nuevas técnicas constructivas habría de viabilizar la edificación de deslumbrantes rascacielos. En todas partes, la concentración urbana marchaba con paso de gigante. Fueron las megalópolis que, en nuestra América Latina parecen vitrinas frente a un trasfondo subdesarrollado perteneciente a otro tiempo histórico. Hoy en día, las urbes sobredimensionadas padecen las consecuencias de la alta contaminación, la insostenibilidad económica, después de haber pagado un alto costo por el derrumbe de sus centros históricos y de muchos de sus valores intangibles. No tienen futuro porque los avances técnicos desplazarán buena parte de la mano de obra indispensable antaño.
La asamblea empieza, como es tradición, cantando el Himno Nacional, que suena más dulce acompasado por voces infantiles. Aunque hay menos gente de la esperada, al menos están todas las casas representadas y el delegado empieza a rendir su informe.
Las tías son el miembro interesante de la familia, una figura que posee tanto el matiz maternal como la ligereza de la amiga. Ese rol «de esquinita» que se les ha otorgado, que está a un paso de los padres sin serlo, y casi casi es la amiguita, pero no lo es, le da lo mismo el derecho al pescozón que la liviandad de meterse en temas complicados sin ponerse tan colorada. Todavía me acuerdo del día en que mi tía se topó con unos condones en mi cuarto y ahí mismo me haló por la mano y me sentó en una butaca para empezar a hacerme doce mil historias de sexo con la vividez de una mala película de sábado. A la fuerza narrativa le iba agregando espectacularmente la teatralidad: las advertencias llevaban los ojos abiertos y preocupados, como mi mamá; y las picardías, la risita nerviosa y cómplice de mi abuela. Para cuando terminó sus cuentos de horror y misterio sin dejarme ni replicar, yo estaba con una mueca en la cara y sin poder explicarle que los «globos» eran para la fiesta del CDR. Pero el adelanto me sirvió más tarde.
Hoy se cumple un año del anuncio de la decisión de restablecer las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos. Pero, a pesar de existir esta reapertura, subsisten obstáculos, y el principal freno sigue siendo el bloqueo contra la Isla.
Arthur C. Clarke, el célebre autor de 2001, una odisea espacial, anotaría en algún momento: «Toda tecnología lo suficientemente avanzada, es indistinguible de la magia». Esto tiene mucho que ver con la cada vez más creciente tendencia a «cajanegrizar» los éxitos de la tecnología más reciente, o lo que es lo mismo, fijarnos apenas en las utilidades más prácticas, sin percatarnos de la complejidad de eso que conforma el dispositivo en su interior, la cual queda en una suerte de caja negra que la hace invisible, opaca.
Al terminar la temporada ciclónica del actual año, muchos han dicho que hemos tenido suerte de no haber sido castigados por las lluvias y vientos de un ciclón. Es un contraste muy marcado con respecto a la temporada ciclónica vivida durante el año 2005.
A los Lestrigones y a los Cíclopes,/ y al feroz Poseidón no encontrarás,/ si dentro de tu alma no los llevas,/ si tu alma no los yergue delante de ti. Es ese el fragmento de Ítaca, un poema de Kavafis que llevo como el regalo más valioso que me han hecho en un cumpleaños. Y lo repito a diario ante miles de situaciones que se empeñan en apagar el espíritu de amor y perdón. Soy martiana, redundo siempre que me cuestionan quereres absurdos, y esgrimo la verdad del Apóstol de que un perdón puede ser un error, pero una venganza es siempre una infelicidad.
Llovía. De edad avanzada, la maestra seguía fiel a su aula, siempre puntual. Al cruzar Vía Blanca, un carro la atropelló. Enredada en su sombrilla, la violencia del golpe la hizo volar por los aires. Cayó sobre la calle mojada. La fractura de cráneo era irreparable. Murió como combatiente en el cumplimiento del deber. Conmovidos, los estudiantes del preuniversitario Rosalía Abreu le rindieron homenaje póstumo. Me pregunto ahora si algo semejante hicieron en su comunidad, porque la sociedad en su conjunto debe modelar valores reconociendo sus paradigmas, no solo a quienes alcanzan relieve nacional, sino a los que conviven con cada uno de nosotros en el día a día de la bodega, la carnicería y las reuniones de vecinas, la Carmela que está al doblar de la esquina.