Escribir sobre los hijos es muy difícil, se puede discurrir en el estero de las pasiones y la sobrestimación. No obstante, asumo el riesgo con objetividad y nunca para hacer altar del fruto.
Hace tres años, cuando inicié el espacio Trovadores y punto, gracias a la Dirección Municipal de Cultura en Matanzas y al proyecto Canto de Todos, tenía el interés de lograr que alguien más lo necesitara; que después de una jornada de estudio o trabajo, el público llegara a la peña en busca de refugio espiritual.
El escenario, aquel febrero de 2013, fue la casa de cultura Bonifacio Byrne. Desde el principio, defendí la sistematicidad y la caracterización del espacio, porque respeto el tiempo de las personas que asisten pese a las dificultades de transporte en la ciudad.
Salvo excepciones muy justificadas, Trovadores y punto acontece el segundo viernes de cada mes, a las nueve y media de la noche, como plaza de resistencia contra la desmemoria y de promoción para lo nuevo. Participan artistas de diferentes manifestaciones, se presentan y rifan libros, se lee y se canta. Al público le repartimos papeles en blanco y socializamos sus mensajes en el escenario. Recuerdo que el maestro Carlos Ruiz de la Tejera se conmocionó con el resultado de la lectura. «En este ambiente, la épica está en el aire», expresó.
La peña busca revelar el espíritu aventurero en los jóvenes, luchar contra la indiferencia respecto a lo desconocido. No se promueven invitados, solo el espacio. El público llega cada mes confiado en que toda sorpresa será bienvenida. Lamento la apatía de varios, porque les invade el prejuicio de entrar en una casa de cultura lejos del centro social de la ciudad o de sentarse a escuchar poetas y trovadores, pero los que llegan por primera vez terminan por incorporarse a la familia.
El viernes 12 de febrero, Trovadores y punto cumple tres años. Muchos cantaremos por él, porque ya no es solo mi hijo. El espacio tiene de los artistas que llegan de todo el país, de la mística que aún se eleva en Matanzas, de la ilusión por un Teatro Sauto con campanadas, una Casa de la Trova como en 1980, una ciudad despierta; mantiene la esperanza de generar otros trovadores y un festival. Este aprendiz guarda del Centro Pablo de la Torriente Brau y de Sindo Garay, Miguel Matamoros, Eusebio Delfín, Santiago Feliú, Noel Nicola, Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra y todos los imprescindibles.
Trovadores y punto es la gente familiar, atenta e implacable con la trivialidad; la energía de un directivo sobre la inmovilidad del burócrata; un productor omnipresente; son los amigos que llegan con la guitarra, los lentes o el pincel sin otro deseo que hacer arte. No es la incomprensión, sino su resistencia. Es un espacio para la crítica exacta, no efectista, donde se lee a Cortázar, Roque Dalton, Benedetti y Martí; donde un 14 de junio canta Gerardo Alfonso Son los sueños todavía, y Vicente Feliú, Créeme a capela; donde Víctor Casaus presenta su libro Girón en la memoria; se baila tango y rumba, y Alfredo Zaldívar y Enrique Ubieta comparten manuscritos de próximos libros.
Escuchaba con atención la entrevista a Eduardo Ramos en el programa Con dos que se quieran dos y me inquietó su frase llena de quebranto: nos falta la épica. Este tiempo necesita la propia, y esa la soñamos en Trovadores y punto, el modesto refugio que vi nacer y cuido con las puertas abiertas.