Gases nobles. Así nos llamaron, con todo lo que de sorna tenía el epíteto. No porque fuéramos «inertes» o «raros», como alguna vez han llamado a esos elementos químicos del grupo VIIIA, sino porque, ante otros que eran o creían ser más pícaros, «aguajosos» o rebeldes, los varones de mi brigada, la 13 de la Unidad 4, en el trienio 1997-2000, nos aplicábamos bastante al estudio, solíamos llevarnos muy bien entre nosotros y con el resto de la muchachada, y no andábamos inventando las mil maneras de zafar el cuerpo ante las tareas, así que de ahí a ser muy poco reactivos e incoloros, como el helio, neón, argón y compañía, seguramente va un largo trecho.
Subieron al ómnibus en una de las primeras paradas, y llevaban un dispositivo a cuestas que, evidentemente, los hacía dichosos. Era uno de esos equipos «cómicos», capaces de reproducir las llamadas memorias flash y otros aditamentos.
La cadena de televisión norteamericana CBS está transmitiendo una interesante serie con capítulo semanal llamada Bull. El nombre viene del apellido del protagonista del mismo, Jason Bull. Bull, que es interpretado por el actor Michael Wheatherly, es un sicólogo especializado en reacciones humanas que tiene una compañía a través de la cual presta sus servicios a abogados y acusados para ayudarlos a escoger los miembros de los jurados que participarán en los juicios de sus clientes. Utilizando sus conocimientos profesionales y la tecnología, el doctor Bull y su equipo les van haciendo señales de aprobación o rechazo a los abogados que participan en la selección. Los juicios por jurados son muy comunes en el sistema judicial de este país, es por eso que es muy importante para los abogados defensores, así como los fiscales, escoger a las personas que ellos crean que les puedan ser beneficiosas a la hora de decidir sobre la culpabilidad o no de los acusados.
Diarios, correspondencia, artículos, crónicas, relatos y estudios teóricos han ido revelando, poco a poco, la extensión de la obra escrita dejada por el Che. Asombra el volumen de un trabajo realizado en una existencia breve, consagrada en gran parte al combate guerrillero y a las altas responsabilidades asumidas en los años que sucedieron al triunfo de la Revolución Cubana en los campos de la industria, la banca, las relaciones internacionales; en lo militar y en la acción política concreta; en la formación de cuadros y en el sistemático contacto con las masas.
De mi infancia recuerdo especialmente los cumpleaños. No los míos, que por diversas razones transcurrían sin celebrarse, sino los de algunos amigos de Cautillo Merendero, aquel barrio donde crecí rodeado de polvos y alegrías.
El fin del pasado año y el prólogo de este vino para Villa Clara con una resonancia amarga más allá de sus límites geográficos. Accidentes en las parrandas y de tránsito que, a pesar de ser más recurrentes, siempre causan lamentaciones, en especial, cuando la muerte se lleva a destiempo a la vida.
Terminé mi anterior comentario sobre el tema, preguntando cómo era posible que un hombre con las características de Donald Trump hubiese podido llegar a la Casa Blanca como Presidente de Estados Unidos. En verdad, es casi increíble que haya ganado las elecciones presidenciales de 2016 un hombre que, durante la campaña, haya sido denunciado por 19 mujeres de haberse comportado impropiamente con ellas; una persona a quien centenares de veces se le comprobó que mentía y falsificaba datos o hechos; un empresario que en las últimas tres décadas se vio envuelto, según el periódico USA Today, en más de 3 500 acciones legales y que, durante todo ese tiempo, fue demandado en las cortes más de 1 300 veces; que se le oyó en una grabación decir que, porque él era un hombre famoso, podía tocar a cualquier mujer en las partes más íntimas; uno que declaró durante la campaña que él bien podía asesinar a una persona en plena luz del día en la 5ta Avenida de New York y que así y todo, las gentes seguirían votando por él; un candidato que humilló a cuantos contendientes se le enfrentaron, poniéndoles nombretes y burlándose de ellos; un ser humano sin principios morales y cuyo nivel intelectual se acerca intensamente a la ignorancia y a la brutalidad; un empresario ambicioso sin escrúpulos; un desconocido en los medios políticos sin experiencia alguna de la política; mucho más se puede decir de Donald Trump sin tener que inventar nada.
Cuando tenía dos pesetas, allá en mi lejana juventud, me sumergía en una prolongada tanda cinematográfica. Frecuentaba los ya desaparecidos Verdún y Majestic, situados en una calle célebre por su fama prostibularia. Allí, ajena al mundo que me rodeaba, podía disfrutar un buen largometraje, un paréntesis de muñequitos, y soportaba con resignación la inevitable presencia del noticiero. Era el desfile gris de lo ya sabido, con más visos de crónica social que de información verdadera, sometido a la densa rutina de una cámara inmóvil.
El anunciado arribo de un contingente de otras provincias para paliar el éxodo de choferes en el transporte por ómnibus de la capital, nos lleva, una vez más, a meditar sobre si los asuntos públicos en nuestra sociedad se pueden resolver con curitas y calmantes efímeros, o con sanaciones definitivas.
Mongo Castillo le dejó, ante todo, la fuerza de la perseverancia y de la fe en lo que cree. Y no quiere decir que el actor Osvaldo Doimeadiós no la tuviera, pero asumir este personaje en la serie LCB: Lucha contra bandidos, en el momento preciso de su vida, fue como un regalo que siempre le agradecerá a su director, Alberto Luberta Martínez.