Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Congojas de cumpleaños

Autor:

Osviel Castro Medel

De mi infancia recuerdo especialmente los cumpleaños. No los míos, que por diversas razones transcurrían sin celebrarse, sino los de algunos amigos de Cautillo Merendero, aquel barrio donde crecí rodeado de polvos y alegrías.

Nunca olvido los espejuelos de cartulina, los gorros al estilo cucurucho y otros simples detalles que nos dilataban la imaginación y la vida.

Tampoco se han evaporado de la mente las competencias con los ojos vendados para ponerle la cola al burro, ni los pequeños regalos —a veces un lápiz o unas pastillitas azucaradas— a quien lograra descifrar la adivinanza o acertar la cuenta matemática.

Deslizo esos recuerdos ahora porque con el trote del reloj he comparado épocas y me han llegado a doler ciertos cumpleaños. Me refiero a esos en los que la celebración está plagada de palabrotas, tragos, música y escenas propias de «grandes», si así pudiera llamárseles a los que se adueñan de las fiestas.

En mis tiempos, por suerte o desventura, no había canciones altisonantes, pues el famoso «desarrollo» apenas gateaba; aun así la alegría cándida andaba por los cielos.

Pero váyase hoy a la festividad de un niño que cumpla uno, dos o tres años... encontrará a volumen revienta oídos lo mismo un tema musical que menciona los órganos viriles del hombre, que el estribillo de «A mí me gustan mayores...».

Y podrá ver precisamente a los mayores incitando a los niños a un festival del meneo o del perreo: «Karla, hasta abajo, hasta abajo». «Mira cómo se mueve Yadirita, si parece una mujercita». «Dale Kendry, así; se pega a todas, es el mejor».

Incluso, no han faltado, a instancias de los de más edad, las competencias de bailes de reguetón entre los muchachitos del barrio en una especie de «gozadera» incitada desde la «experiencia».

Qué decir de ciertos payasos invitados a los cumpleaños, cultivadores de chistes de plomo, de groserías y burlas ácidas que ponen a los chiquitos más diminutos mientras los adultos se ríen, a mandíbula rajada, como éxtasis del choteo.

No es que los crecidos no celebren; me acuerdo que en mi época lo hacían casi siempre por la tarde-noche, cuando se habían marchado los duendes retozones. Es que hoy, a plena mañana, mientras se pica el cake o se efectúa la desagradable piñata (una de las herencias tristes de mi era), resulta común ver a los maduros madurándose aún más entre alcoholes y cuentos verdes.

¿Qué podrán recordar mañana esos niños llevados por sus padres a un cumpleaños a escuchar frases de «grandes» o a batirse en una lid barrial de movimiento pélvico?

Por supuesto que nadie creció con el puritanismo en el bolsillo; que en las edades primaverales debe ser normal el nacimiento de maldades, travesuras y actos pícaros.

En definitiva, estas líneas no pretenden dictar una clase porque cada padre tiene sus recetas. La esencia del asunto radica en no convertir a los niños en marionetas ni en juguetes de los adultos; en no llenarlos de prácticas que ultrajen su inocencia, tesoro divino de la infancia.

Comparte esta noticia

Enviar por E-mail

  • Los comentarios deben basarse en el respeto a los criterios.
  • No se admitirán ofensas, frases vulgares, ni palabras obscenas.
  • Nos reservamos el derecho de no publicar los que incumplan con las normas de este sitio.