Hacía un frío terrible en el amanecer del 4 de mayo en Chamutete, un campamento de fuerzas cubanas al sur de aquella Angola de 1978.
Hacía un frío terrible en el amanecer del 4 de mayo en Chamutete, un campamento de fuerzas cubanas al sur de aquella Angola de 1978.
Las reiteraciones tienen la peculiaridad de convertirse en normales. O para decirlo en un ambiente más explícito o académico, como le gusta decir a nuestro amigo y colega Ricardo Ronquillo: ellas o sus contenidos —ya sean hábitos, ideas, objetos o situaciones— se vuelven cotidianas, habituales y al final pasan sin ser vistas —para bien o para mal— porque adquieren esa naturaleza de sustancia corriente, incorporadas a nuestras vidas con resignación o felicidad, según sean los casos.
Quizá no haya nadie tan infeliz como un enfermo mental. A veces hiperconsciente de su soledad; otras, con una euforia desmedida que en el fondo esconde tristeza. A ratos, enajenado. A ratos, con pánico… Urgido de sicofármacos y odiándolos a muerte. Desguarnecido. Roto. Todo lo que un humano haga por aliviar a otro que el destino puso en esa oscura senda, es poco, y altamente loable.
Vivo en una de las calles próximas a la Plaza de la Revolución José Martí, por donde aproximadamente este Primero de Mayo desfilaron 900 000 personas, entre ellos más de un millar de amigos de otras latitudes que con placer se arriman a esta Isla para festejar el Día del Proletariado Mundial.
John Bolton, exembajador de Estados Unidos en las Naciones Unidas, nombrado a dedo por George W. Bush aprovechando un receso del Congreso, y defensor incansable de la guerra contra Irak, clama públicamente que se hagan ataques preventivos contra la República Popular de Corea, pide que se declare nulo el acuerdo atómico con Irán y que se bombardeen las instalaciones atómicas de aquella nación.
Bajo el signo de la globalización neoliberal, nos ha tocado vivir una etapa de extrema complejidad. En el plano internacional y en el interior de las naciones se acentúa con rapidez la brecha que separa a los poderosos de los desposeídos. La acción de la política, de manera abierta y desembozada, con empleo de una supuesta institucionalidad judicial o mediante la fuerza represiva, sofoca las plataformas de resistencia.
¿Adónde van mis ojos? ¿Cómo subo, de uno en uno, escaño tras escaño, la piedra volcánica? ¿Qué cielos son estos? Corro hacia el pasado, quiero entender de golpe la historia mágica, la historia terrible, el encontronazo con los hombres que cruzaron el Océano. Quiero adivinar el latido de los muros.
«Albañiles tengas en tu casa», reza una maldición gitana según bromea la genial escritora Mirta Yáñez. Y ciertamente la albañilería —que no sus artífices— puede tornarse una maldición por los costos de ciertos materiales, la poca durabilidad de algunos y los precios que ha tomado en consecuencia la mano de obra. Amén del reguero de cemento, arena y mezcla que inunda los hogares. En el gremio albañilero, como en el periodístico o en cualquier otro, hay de todo: informales y responsables; puntuales y morosos, «curdonautas» e hipersobrios. Hoy quiero contarles de un trío singular que ha ganado fama en mi pinareño reparto Montequín. Se trata de la pareja de Tony y Pepe, veteranos en estas lides, y de Pedrito, joven estilista del azulejo. El dúo en cuestión arranca sus faenas invariablemte a las 7:30 a.m. Las risas y dicharachos de Tony y el humeante tabaco de Pepe, más los ladridos de Regalito, la mascota del primero, anuncian el comienzo de labores. Aunque ya pasa de 75 marzos, Don Pepe está en envidiable forma: endereza cabillas a golpe de mandarria y —luego meditar trasladando el tabaco de una a otra esquina de su boca— propone soluciones para los líos que se van presentando. Tony, jaranero a más no poder, vive mortificando a su amigo; jamás dice que un material es malo, sino que puede emplearse en otra cosa y se conoce de memoria los nombres de todos los niños del barrio, con los que bromea cuando pasan por el camino. Canturrea mientras repella y acepta sugerencias hasta de los propietarios más impertinentes. Ambos levantan y tumban paredes con velocidad supersónica. Con bloques y mezcla son incontenibles.