Cada vez que ocurre un accidente del tránsito se desencadena el lógico pesar por la tragedia, salpicada invariablemente por el cuestionamiento del maltrecho estado de las carreteras.
El hecho de andar «motorizado» muchas veces impide apreciar los detalles del entorno. Entonces caminar por las calles de la urbe te brinda el raro privilegio de enterarte de novedades que a todas luces no sabemos, como los puentes heridos de la Atenas de Cuba.
Le ha cambiado el rostro al mundo. Vive una nueva época por cuenta de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y el consiguiente crecimiento de espacios virtuales —esa dimensión nueva donde muchos hemos rencontrado o hecho amigos, donde compartimos algunas ideas gracias a redes sociales como Facebook—.
La globalización neoliberal tiene apellido. Se difunde a través de un cuerpo doctrinario elaborado íntegra y coherentemente por los tanques pensantes del capitalismo. Para sostener la preponderancia del mercado por encima de los principios reguladores del Estado, asocian a la modernidad un conjunto de concepciones que invaden todos los territorios de la sociedad. Incluyen las reformas educacionales, propagan verdades absolutas a través de la academia, anulan y fragmentan el conocimiento de la historia y socavan el papel de la política, conformado de modo parcial por el rápido tránsito de la democracia burguesa.
La buena nueva en estas postrimerías estivales, vísperas del curso escolar 2019-2020, es que más de 8 000 maestros retornarán a las aulas, luego del aumento salarial dispuesto por el Gobierno para el sector presupuestado, incluido el sistema educacional.
Nuestro pueblo tiene en sus manos una nueva vía legal que busca desterrar el abuso y atropello que no pocos pillos ejercen para con sus semejantes en desiguales compraventas de por medio. Y es que los listados de los precios topados en varios productos y servicios se convierten en santa palabra en estos tiempos.
«Empezamos temprano, a las ocho de la mañana», dijeron. Eran casi las 11 y no habían comenzado. «Sí, claro, nos encargamos también de reparar», aseguraron, y todavía el muro lateral del balcón está a punto de caer. «Pintamos la fachada y los laterales, y las ventanas y las puertas», afirmaron, y además de que es más lo que falta que lo que ya está listo, sobrecoge ver las capas de pintura encima de la vetusta, sin raspar antes, sin lijar, sin preparar la superficie. Algunos vecinos no lo permitieron en sus espacios, y entonces es una certeza que «el edificio no quedará embellecido», exclamaron. ¿Acaso lo será después de que concluya la brigada?
Quizá una de las mejores señales de la Cuba de estos días sea el rescate del concepto de la decencia, tantas veces pisoteado u olvidado con los años de crisis económica.