«Empezamos temprano, a las ocho de la mañana», dijeron. Eran casi las 11 y no habían comenzado. «Sí, claro, nos encargamos también de reparar», aseguraron, y todavía el muro lateral del balcón está a punto de caer. «Pintamos la fachada y los laterales, y las ventanas y las puertas», afirmaron, y además de que es más lo que falta que lo que ya está listo, sobrecoge ver las capas de pintura encima de la vetusta, sin raspar antes, sin lijar, sin preparar la superficie. Algunos vecinos no lo permitieron en sus espacios, y entonces es una certeza que «el edificio no quedará embellecido», exclamaron. ¿Acaso lo será después de que concluya la brigada?
La mayoría no se asombra, realmente ni se inmuta. «La Habana es, hace mucho tiempo, una vieja con colorete. Unas cuantas manos de pintura y nada más», dice el más antiguo de los habitantes del inmueble, y tiene razón. ¿Cuántas veces hemos visto que, teniendo los recursos y las manos suficientes para ejecutar una obra, luego esta queda a medio terminar, o sin el cuidado preciso de los detalles, o con el vago recuerdo de cómo quedó el día de la inauguración porque meses después, la pintura se destiñó, los repellos soltaron los trozos y todo volvió a ser como antes?
A esta Ciudad Maravilla se le quiere, desde dentro y desde fuera. Ciertamente se debe cuidar más, se debe acariciar más y, sobre todo, debemos pensar más en ella como espíritu y presencia del futuro. Desde que se presentó la campaña «Por La Habana, lo más grande», han sido muchos los proyectos que se han acometido. Algunos han llegado a feliz término; otros siguen en proceso y no pocos están a punto de presentarse, pues desde hace años se trabaja en ellos. Se supervisan las labores, se reúnen los implicados en los planes inversionistas cada semana y se multiplican los mensajes en los medios de comunicación.
Se destinan recursos e intenciones pero, y es lo que más me preocupa, el quinto centenario de la capital cubana se ha convertido en el motivo para impulsar disímiles ideas (lo cual me parece bien) sin que siempre se concreten de la mejor manera.
Embellecer las fachadas de los edificios en determinadas avenidas y calles de la urbe es un noble propósito, y no es la primera vez que se impulsa la iniciativa, pero una vez más presenciamos que no se hace en todos los casos como debe ser (y no solo lo digo por la tristeza que me genera el edificio al que me refiero). ¿Qué pasará en noviembre cuando celebremos la fecha fundacional y parte de lo que se haya hecho ya estuviera deteriorado? ¿O qué sucederá después de ese mes?
Una fecha específica puede ser el motor impulsor de un proyecto constructivo o de reparación, de una creación artística, de una canción, de la reapertura de sitios emblemáticos, de reposiciones de espectáculos… Pero, las buenas intenciones, el buen gusto, el valor de lo trabajado y la complacencia de los habitantes y visitantes se pueden trastocar en nostalgia, suspiros y esperanza, si las cosas se hicieron a la ligera. Pongámosle amor a lo que lo necesita.