Grata sorpresa cuando, hojeando los títulos que hay a la venta en la librería Pepe Medina, de Santa Clara, tropecé de súbito con un libro impreso en una edición pequeña, muy manuable, que se acomodaba bien en cualquier bolsillo del pantalón.
Si Cuba no trabaja con ahínco e inteligencia no podrá salir del agujero negro de la inercia, en el cual se entremezclan dogmas, errores e insuficiencias del diseño que hemos trazado de la economía socialista, con los efectos reales de la crisis económica mundial sobre un país pobre y el ensañamiento del bloqueo estadounidense.
Ni una pulgada. Esa es la respuesta del reino marroquí en lo concerniente al enquistamiento del conflicto con el Sahara Occidental. Tan fresco como una lechuga, el monarca Mohamed VI dejó claro que lo último que haría en su vida es concederle la independencia a la nación vecina, y que cuando más, está dispuesto a concederle una autonomía.
Cuando cerca de las nueve de la noche de aquel 22 de agosto de 1922, el músico e inventor camagüeyano Luis Casas Romero se dispuso a colocar en el éter una señal que reprodujo el tic-tac de un reloj y permitió escuchar el tradicional cañonazo de La Cabaña, pocos cubanos pudieron imaginar que se asistía a un gran nacimiento.
Vuelto del descanso, encuentro un mensaje que me apremia a retomar un tema con este juicio, más bien señuelo de delicada provocación: «No se puede hacer socialismo sin control popular». Yo también así lo creo. Y quizá, como confiesa el lector remitente, tampoco podré explicar profundamente en qué consiste «la horizontalidad de la democracia socialista», frase con la que, hace poco más de dos semanas concluí, prometiendo seguirla, mi nota titulada Arenas movedizas (16 de julio).
Pocos días atrás, alguien preguntó al primer ministro británico David Cameron si el Reino Unido estaría dispuesto a devolver el diamante Koh-i-Noor a la India, de donde lo sustrajeron en tiempos coloniales para adornar la corona de Her Gratious Majestic the Queen. Estaba cantado: «¡No! ¿Se imaginan si comenzáramos a devolverlo todo? El Museo Británico se vaciaría».
Como si no bastara que el agua suba de a poco y arrase ciudades enteras, otros factores conspiran para profundizar la tragedia en Paquistán. Con una quinta parte del territorio sumergido, más de 2 000 muertos y 20 millones de damnificados, la desesperación estrangula a quienes lo perdieron todo e intentan sobrevivir. Para muchos la ayuda no llega, o aparece a cuentagotas.
Mostró un carné y se abrió paso entre la multitud, caminando con dificultad, mientras casi todos los de la cola lo miraban con cierta compasión. Pero una vez que tuvo la «balita» de gas licuado en sus hombros, pareció olvidarse de la dolencia y emprendió veloz retirada, al tiempo que enseñaba algún diente al viento.
Domingo en la mañana penetro en Galerías, uno de esos templos comerciales donde hay pero puede ser que no te toque, o tal vez sí, pero no hay siempre lo que buscas. Y tan pronto pongo los pies en sus corredores, las previsibles sensaciones visuales son superadas por las auditivas, gracias a los dominantes decibeles cumbres con que me llega la música ¿de fondo? o sin fondo, ¿ambiental? o «ambientosa» en sus textos. En todo caso, del mismo tipo y a todo volumen que se escuchan en otros recintos similares, en autobuses articulados, en invasoras fiestas del vecindario, sea de adultos o infantiles, y hasta en preámbulos de actos de cierta solemnidad, por si acaso no bastara con su prevalencia en espacios radiofónicos.
Cualquier ciudadano en Cuba puede verse obligado en algún momento a violar algunas de las leyes vigentes, por una razón: el instinto de conservación es más fuerte que cualquier otra motivación.