Como si no bastara que el agua suba de a poco y arrase ciudades enteras, otros factores conspiran para profundizar la tragedia en Paquistán. Con una quinta parte del territorio sumergido, más de 2 000 muertos y 20 millones de damnificados, la desesperación estrangula a quienes lo perdieron todo e intentan sobrevivir. Para muchos la ayuda no llega, o aparece a cuentagotas.
De los 450 millones de dólares solicitados por la ONU para asistencia, hasta ahora se han logrado recaudar unos 148, según la Oficina para la Coordinación de Ayuda Humanitaria de Naciones Unidas (OCHA). En declaraciones recogidas por BBC, Elizabeth Byrs, portavoz para asuntos humanitarios, aseguró que la respuesta sigue siendo lenta, aunque se ha acelerado después de la visita del Secretario General de la ONU a las zonas afectadas.
A juicio de la funcionaria, esto se debe, entre otras causas, a que la tragedia no ocurrió de súbito: «Empezamos a escuchar en la prensa sobre las lluvias y algunas inundaciones a nivel regional a finales de julio; de repente se convirtió en un desastre nacional de enormes magnitudes. Nos tomó por sorpresa…».
El hecho de que quienes ven desde afuera, quizá cómodamente sentados ante las inmensas pantallas de sus televisores, no sufran el «shock psicológico» que provocan la muerte y la destrucción casi instantánea provocada por un tsunami o un terremoto, por ejemplo, se cuenta por algunos, presumiblemente, entre los factores para la limitada ayuda.
Pero hay más: la propia Elizabeth Byrs menciona entre las preocupaciones de su equipo que todo ocurre cuando muchos disfrutan de sus vacaciones y, si a esto se le suma que los principales donantes están en aprietos por la crisis, entonces la soga se tensa más. Con esto y el agua, se habría iniciado una macabra competencia a ver quién ahoga primero.
A la limitada respuesta internacional se agregan otras justificaciones. Incluso, hay quienes afirman que los «benefactores» podrían haberse distanciado de la nación asiática a causa de su inestabilidad política, la proliferación de la violencia islámica y los rumores de apoyo paquistaní a la insurgencia afgana. Temen que su dinero vaya a parar a manos equivocadas. Todo es posible, mientras mueren decenas de miles de seres humanos.
Lo peor es que esta es solo la primera fase, cuando las aguas tomen su nivel, deberá iniciarse la no menos compleja reconstrucción en un país donde el 48 por ciento de su población vive por debajo del índice de pobreza. Autoridades paquistaníes aseguran que la recuperación podría demorar cinco años y costar 15 000 millones de dólares. La situación es dramática a corto, medio y largo plazo, y aun así, los poderosos se dan el lujo de quedarse con los brazos cruzados o de moverlos con cierta parsimonia.
El riesgo mayor en este minuto son las enfermedades. Si no se actúa rápido, los expertos aseguran que podría ocurrir una segunda ola de muertes, que sobrepasaría las causadas por las inundaciones. Según la ONU, unos 3,5 millones de niños están en riesgo de contraer enfermedades mortales, transmitidas por el agua contaminada y los insectos.
En medio del panorama desolador, y a pesar de los datos, falta mucho para revertir la situación. Deja un sabor amargo que la mayoría de los factores que podrían estar actuando para salvar más vidas en territorio paquistaní, estén ligados a la falta de voluntad. La población siente que crece su indignación al tiempo que la soga aprieta.
El mundo se asoma a otro desastre y muchos quedan indiferentes. No es justo.