De idea en idea un grupo de cubanos desembocamos hace poco en reflexiones alusivas a la utilidad que entraña distinguir lo esencial de lo circunstancial. Cierta expresión conocida por muchos hizo de pórtico que se abría e invitaba a mirar en un paisaje casi insondable: el humano.
¿Quién es hoy el sujeto más importante en la política italiana? ¿El presidente Giorgio Napolitano? No, no; ciertamente muy respetable, pero no es el brazo que ejecuta. ¿Acaso el multimillonario primer ministro Silvio Berlusconi? Tampoco. Si ha gobernado como un zar es gracias al respaldo que le da la Liga Norte, un partido xenófobo, que quiere separar el rico norte del país del más atrasado sur. De modo que el Cavaliere es rehén de estos señores…
Para el hombre común, ese que siempre nos mira directo a los ojos, hurgando en las fibras del alma y no en los ropajes y las prendas de artificio, nada reconforta y completa más que la gratitud.
Él, bañado por el sol, soltó un hilillo de palabras, se rascó la cabeza, esbozó una sonrisa; dijo, entre otras cosas, «estamos felices de estar de nuevo aquí» y concluyó, sin protocolos, con un «Gracias». Luego cargó a Rachel Beatriz, su revoltosa chiquitina que lo esperaba y extrañaba desde hace días.
Andan a lomos de camello, en burros o caballos, mientras buscan tierras para que sus ovejas pasten. Se las ingenian para, con lo poco que les ofrece el desierto, llevar su vida tranquila, sin molestar a nadie, solo ocupados de sus rebaños y siempre al tanto de brindarles a sus huéspedes ocasionales la mejor hospitalidad, cuya fama los honra.
La vida de los saharauis en los territorios ilegalmente ocupados por Marruecos es angustiosa. Durante 35 años, los recursos naturales de este pueblo han sido saqueados por el reino alauí. La represión de la policía marroquí es sistemática y en ocasiones las autoridades han llegado al extremo de legitimar las agresiones de masas de colonos contra los ciudadanos saharauis.
Tengo que afirmar que, en los últimos tiempos, me he ido curando en salud. El tratamiento ha sido muy simple, en vez de autotorturarme todas las noches viendo los programas televisivos anticubanos que transmiten dos pequeños canales locales, me pongo a ver películas en inglés que me entretienen o me pongo a leer un buen libro en donde algo aprendo. Hasta hace alrededor de dos años, me sentaba frente al televisor todas las noches a las ocho y me torturaba por espacio de una hora viendo a estos personajes que allí se presentan a desbarrar contra Cuba y contra los cubanos que en la Isla viven. Lo mejor del caso es que no son solo los entrevistados los que hacen la propaganda anticubana, sino que los moderadores de ambos programas participan y dan opiniones, que en casi el ciento por ciento de los casos coinciden con las opiniones de los invitados. Algunos años atrás, participé en reiteradas ocasiones en uno de esos programas, y sabía perfectamente que mi debate no solo sería contra mis oponentes, sino también contra el supuesto entrevistador. Como a estas gentes solamente les interesa oír opiniones que coincidan con las de ellos, poco a poco me dejaron de invitar.
Ella cruzaba la calle, deslumbrante en su juvenil gracilidad y atributos físicos, y los caballeros que por azar deambulábamos por la acera aguardábamos que se aproximara, fascinados ante su inminente cercanía, y uno que otro reservaba secretamente un desempolvado piropo galante. De pronto abrió la boca, evocadora de otras, de las musas inspiradoras de nuestros trovadores tradicionales, pero, a diferencia de aquellos venerables autores, el desencanto cundió en el espacio tan pronto como fue surcado por un disparo de ranas y culebras verbales, que imaginé escapadas de alguna charca. Alguien del grupo de frustrados admiradores resumió el resentimiento general en una exclamación perentoria: ¡oh, qué pena!
Mientras el columpio se elevaba hasta que sus pies casi tocaban la cerca divisoria entre uno y otro mundo, ella le decía eufórica a su padre: ¡Papi, más alto, más…! Él, vestido de domingo, la complacía. Gozaba sus carcajadas, veía las cintas de su vestidito batirse con la cadencia del impulso. El tiempo feliz en el parquecito infantil de su pueblo, a 72 kilómetros de La Habana, sigue siendo un buen recuerdo. Pero solo eso.
Era imposible. En el puesto de mando, el jefe, un oficial soviético coloradote, observaba a aquel jovencito con aspecto de tártaro. Lo medía de reojo y su malestar aumentaba: si pudiera retorcerle el pescuezo, mal rayo lo parta. Mire usted: ¡corregir las indicaciones de tiro hechas por los artilleros que tomaron Berlín! ¿Cómo se atrevía?