De vivir el escritor y periodista Enrique Núñez Rodríguez, quién sabe cuántos cuentos sacaría de su anecdotario para —desde la intimidad pública— compartir la suerte con el empalagoso carretonero que, con aires de hombría, mezclados de tosquedad, puso en duda la masculinidad de aquel sesentón que circulaba con un paraguas por una de las calles de la ciudad, para protegerse de la intensidad del abrasador sol.
Muchos aficionados me escriben preocupados por el espectáculo en nuestra Serie Nacional. Uno de ellos es Joel, quien no se identifica completamente.
Hurgando con lentes propios entre esas partituras únicas que definen nuestra cubanía, he puesto la mirada sigilosa en esa suerte de criatura que a diario nos vence gentilmente, casi sin darnos cuenta, compartiendo angustias y esperanzas con uno, a despecho de los ruidos que a veces rondan pared con pared.
La ventana de la habitación parecía zambullirse en el Neva. En la orilla opuesta, el crucero Aurora seguía atracado al espigón de una historia que en ese año de 1988 empezaba a emproar río arriba, como de regreso en su inmóvil travesía. Neva, Aurora. Dostoiesvki, noches blancas, Raskolnikov, revolución… palabras claves que repetía, y anoté en una libreta ya extraviada.
Desde que, en marzo, la corbeta sudcoreana Cheonan se hundió y la República Popular Democrática de Corea (RPDC) fue culpada por su vecino del incidente, las tensiones en la península coreana solo han ido en aumento.
La inocencia de los bosques de Cuba empezó a naufragar con la Armada Invencible de Felipe Segundo en el siglo XVI. Árboles preciosos, duros y durables, de la Ínsula edénica y fiel de la Corona española sirvieron de cuadernas y mástiles en aquella flota ambiciosa de geopolítica dorada. El hacha desembarcó en aquellos bosques —que entonces sombreaban y a veces hacían impenetrable el 85 por ciento del territorio cubano— entre los bártulos de conquistadores y colonizadores. Llegó junto con la cruz, la afición notarial y el gusto por el dinero.
Conocí a una muchacha enferma de VIH/sida. El reloj determina cada paso y acción suyos porque los horarios no pueden quebrantarse ya, y muchas amistades se han perdido en el mapa, al parecer, buscando su dirección. No obstante, no deja de sonreír. Lamentablemente, carga el peso de una infidelidad cual cruz gigante de hierro, pero todavía sueña con subir el Pico Turquino y bailar toda la noche con un enamorado.
El Departamento de Estado agarrado in fraganti. Así ha quedado la «diplomacia» estadounidense cuando Wikileaks expuso 251 000 documentos —buena parte de ellos informes secretos de sus embajadas— reveladores de las conjuras, complots, maniobras sucias, torceduras de brazos, conspiraciones, intrigas, manejos y otras «malandrinadas» —llámelas usted como quiera—, puestas en práctica para mantenerse como superpoder imperial dominador del mundo.
En el aniversario 54 del alzamiento del 30 de noviembre vuelve a nosotros con una fuerza renovada la figura de aquel joven santiaguero que a golpe de inteligencia, espíritu de sacrificio y coraje se ganó un lugar cimero entre los héroes de la Patria. Me refiero a Frank País García.
Aquel conocido mío había merecido justificada distinción. Disponía de todas las cartas para ganar, para triunfar. Nunca habría dicho que sería un hombre de éxito, porque jamás he podido conciliarme con todas las probables connotaciones turbias de semejante calificativo, en un rechazo, tal vez intuitivo, que el cineasta cubano Solás vino a reforzar con el trazado conductual y la trayectoria del personaje central de su clásico filme homónimo.